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Azun Candina
Isabel Jara Hinojosa
“Es lícito hablar de una influencia clasista en el fascismo, puesto que en él era patente el
vigoroso impulso de las clases medias no resignadas a soportar el predominio político de los
poseedores del dinero ni a dejarse absorber en el resentimiento proletario. El fascismo ita-
liano, como la casi totalidad del nacionalismo europeo, es un movimiento no proletario ni
oligárquico, sino de clases medias con conciencia histórica que, por lo mismo, no buscaban
el exterminio sino la dignificación e incorporación de las otras, principalmente tras el logro
de grandes objetivos nacionales e internacionales” (Miranda, 1974: 91).
¿Será que algunos intelectuales del gobierno esperaban una proximidad especial con
la clase media? No puede asegurarse pero tampoco puede negarse que, dentro del silen-
ciamiento general de las clases sociales, hubo algunos esfuerzos puntuales por reivindicar
la identidad mesocrática de la patria. No en vano autores como Enrique Lafourcade (no
un intelectual orgánico pero sí un simpatizante inicial
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) discutieron el arquetipo del “roto
chileno”. En 1976, este escribió que el roto “no es la esencia del chileno. Nunca lo ha sido.
Quizás ya sea tiempo de buscar otro arquetipo humano, un campesino fuerte, sereno, cortés
y limpio; un obrero con todos sus dientes, con camisa blanca, con zapatos. Somos más clase
media que lumpen proletariat. Clase media de más altos o de más bajos ingresos, pero clase
media con trabajo estable, con residencia permanente, con valores éticos, políticos, sociales”
(Lafourcade, 1976: p.3).
Con que, si bien la retórica de la clase media resultó peculiarmente ocluida, de todos mo-
dos contó con intelectuales preocupados por situar a la dictadura a equidistancia del burgués
y del obrero. Por otra parte, tal vez la utopía prometida de “una nación de propietarios, no
de proletarios”, suponía desplazar simbólicamente a la clase media desde el polo del trabajo
hacia el polo del capital.
Conclusión provisional
Todo gobierno suele argumentar que administra en favor de todos, aunque sus políticas
beneficien a unos grupos sobre otros. Para mantener dicho mito, la retórica intelectual de la
dictadura chilena no sólo eludió la identificación explícita con una clase social, sino que elu-
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Fue amigo personal, entre otros, de Enrique Campos Menéndez, primer Asesor Cultural de la Junta de
Gobierno y director de la Biblioteca Nacional, pero su libro
El gran taimado
(1984) molestó al gobierno y fue
requisado (García, 2012: 52).