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ambicioso, pero que el investigador debe aspirar a él a fin de ceder sus responsabilidades
a los pacientes. De nuevo criticaba los códigos rígidos, y apelaba al médico virtuoso como
criterio apropiado para asegurarse de que se cumplirá con el consentimiento informado.
Las transgresiones que él ha detectado, decía, se deben a la falta de juicio y cuidado de los
investigadores, y afirmaba que la mejor salvaguarda contra el abuso era el “investigador
verdaderamente responsable”. Los trabajos de Beecher tuvieron una gran repercusión en
los Estados Unidos, y sensibilizaron al público norteamericano por este tipo de cuestiones.
Esa sensibilidad se vio exponencialmente acrecentada al conocerse por la prensa
algunos experimentos poco éticos que pronto se hicieron célebres. Uno fue el caso del
Jewish Chronic Disease Hospital, de Brooklyn, Nueva York (1963). En este caso se
inyectaron subcutáneamente células cancerosas a 22 pacientes ancianos sin su
consentimiento. El motivo era descubrir si en los pacientes de cáncer se produce una
disminución de la capacidad del cuerpo para rechazar los trasplantes cancerosos a causa
de su cáncer o a causa de la debilidad. Estudios precedentes habían demostrado que en las
personas sanas los implantes de células eran rápidamente rechazados. Se necesitaron
pacientes sin cáncer para poder confirmar la respuesta. No se informó a los pacientes de lo
que se hacía con ellos, aunque a algunos se les dijo que estaban colaborando en una
investigación. Cuando un jovenmédico se enteró de lo que se estaba haciendo, se lo comunicó
a un juez, quien inició la investigación.
Otro caso importante tuvo lugar en la Willowbrook State School, una institución
para niños retrasados de Staten Island, NewYork. El hacinamiento del centro (que llegó a
tener más de 6 000 niños), y el bajo coeficiente intelectual de muchos, hizo que en 1954
todos los niños con más de seis meses de estancia padecieran hepatitis por transmisión
fecal. A fin de buscar una vacuna, un equipo de médicos inició unos experimentos en ese
centro en 1956, infectando deliberadamente de hepatitis a niños recién ingresados. De las
10 000 admisiones que hubo en el centro en 1956, en la unidad de hepatitis fueron ingresados
entre 750 y 800. En todos los casos los padres habían dado su consentimiento por escrito.
A pesar de que estos trabajos eran bien conocidos, no se cuestionó su moralidad hasta
1970, año en que Beecher los denunció en su libro “Research and the Individual”. En
1971, el teólogo Paul Ramsey los denunció de nuevo, así como Stephen Goldby en una
carta en “The Lancet”. Los investigadores se defendieron diciendo que como los niños
igual iban a contraer la hepatitis en el centro, ello no les causaba ningún perjuicio. Lo
único que querían era poder estudiar la historia natural de la enfermedad, sin otras
interferencias. Por otra parte, su objetivo era benéfico, ya que infectándoles de un modo
subclínico, querían estimular sus defensas inmunitarias.
Fue el Estudio sobre la historia natural de la sífilis de Tuskegee (The Tuskegee
Syphilis Study), el caso más notorio de violación flagrante y prolongada de los derechos
de los pacientes. Aunque comenzó en los años 30, no comenzó a discutirse hasta los 70.
Originalmente diseñado como uno de los primeros controles de la sífilis en los Estados
Unidos, su objetivo era comparar la salud y longevidad de la población sifilítica no tratada
con otra no sifilítica, pero por lo demás similar. Aunque en los años 30 los médicos tenían
a menudo confianza en el tratamiento y conocían bien las consecuencias de la enfermedad,
hasta los años 50 no hubo una terapéutica radical, y quedaban muchas incógnitas en el
campo de la sífilis.
Investigación en sujetos humanos: implicancias lógicas, históricas y éticas
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