reflexionando sobre ese travestismo de mujer que hoy,
y tal vez por ahora, ha dejado de lado al poner a la
intemperie las categorías sobre clase y género naturali-
zadas por el neoliberalismo.
En Perú, relata, “no hay discriminación hacia los chile-
nos; amo la cultura peruana, a la poeta peruana Blanca
Varela, amo todo. Chile reniega de la densidad cultural
que existe en Perú”. Renegar es no querer enfrentar para
encontrar. Así es como surge la alianza con Blas Isasi y
entran al Pacífico con las letras rojas estampadas, san-
grantes, en sus torsos desnudos:
Roto y Cholo
entran al
mar en 2014. Y sobre ellos escribe la buena amiga de
Casas, Diamela Eltit, bajo el título
Las otras pa-t-rias.
La censura no existe, mi amor
“Es imposible que haya censura”, dice y suelta una carca-
jada que antecede a la mirada fija, al desaliento de tanto
caminar. La censura, piensa en medio del ambiente afran-
cesado que se levanta como coquetería chic frente al Mu-
seo de Bellas Artes, “se puede inventar para vender y hacer
escándalo, pero la censura no existe porque no le interesa
al sistema. En nuestra época, en los ‘70 y ‘80, había una
censura que era peligro de vida. Ya lo vivimos”.
Y es que, concordamos, “uno de los grandes triunfos
del neoliberalismo es que el otro ya no interesa y, por lo
tanto, no hay censura; si alguien dice que ha sido cen-
surado es que hubo una mala negociación de su parte
porque no entendió el mercado. Es decir, negoció mal
la edición, la exhibición. A nadie le interesa censurar
porque hay otras formas de anular mucho más bruta-
les. La censura no existe, mi amor”. No existe, senten-
cia, porque “te dicen ‘usted haga lo que quiera mientras
llene bien el formulario’, y eso es lo que hacen muy
bien los fondos de cultura, que lo han entendido así; el
sistema lo ha entendido muy bien”.
El primer acto de censura en democracia que existió en
Chile fue, recuerda, a Las Yeguas del Apocalipsis, y eso
lo registró Carmen Luz Parot en “
Censurados
. Cuando
se proclama a Aylwin en el Teatro Cariola, en 1989, está
toda la prensa internacional y nacional, una sola fotogra-
fía se pudo rescatar, pero nada más. No hay nada más
que eso”. Pedro y Francisco no estaban invitados a ese
encuentro, pero ahí llegaron, con pluma, tacones y lien-
zo. “Cuando Ricardo Lagos va pasando, yo lo agarro y
Pedro Lemebel lo besa en la boca. Todos los flashes se
dispararon, pero no hay ninguna fotografía de eso”.
El ejercicio del poder tiene sus códigos y él se pasea
por ellos con y sin disfraz. “Guarda el vestido de no-
via”, le dijo alguna vez la Presidenta Michelle Bachelet,
cuando “ni la izquierda quiso dar apoyo al matrimonio
homosexual”. “He tenido la oportunidad de entrar a
instancias de poder a pesar de mí mismo”, dice quien
tampoco deja de lado a los amigos, aunque les estampe
mensajes desatados: “Ahora Carmen Berenguer se eno-
jó conmigo porque no la quise apoyar con una carta
para el Premio Nacional de Literatura; es que no apoyo
a nadie, porque no creo en ese premio”. Cuando viaja
aprovecha de ver a Carmen, la “tercera Yegua”, y a Dia-
mela Eltit y Nelly Richard, a Sergio Parra y a Adolfo
Bimer, un artista joven “que es como un hijo”, pero no
visita a muchos más.
Pedro Lemebel le decía “Cachita”. Mientras abre la
puerta de la galería luego del largo paseo por el parque,
es la nostalgia gris de la “panza de burro” –ahora santia-
guina- la que lo detiene de un golpe para decir que con
él “nunca abrimos y nunca cerramos nada. Hace poco,
revisando mi correo, vi la última carta que me mandó
Pedro… es de una belleza... Creo que hay que publicar
esas cartas en algún momento porque son espectacula-
res, eso creo”.
Francisco Casas regresó a Lima a fines de mayo para
trabajar en una nueva novela cuyo título juega con las
palabras de Julio Cortázar. Se llamará
La noche boca
abajo
, a propósito de
El anti Edipo: Capitalismo y Es-
quizofrenia
, de Gilles Deleuze y Félix Guattari, y de
otros tantos lugares barrocos y desnudos, travestidos de
vidas para seguir contando.
“Yo doy vuelta la cámara; yo ya me vestí de mujer
y hoy
eso no tiene ningún sentido, porque hay que hacerse la pregunta
sobre de qué tipo de mujer te estás vistiendo, de la tonta, la de clase
alta, la llena de joyas, la explotadora del mismo hecho de ser mujer
que traiciona su propia femineidad, la burguesa detestable. Entonces el
travesti ocupa ese lugar común y es hora de cuestionarlo”.
P.20
P.P. / Nº2 2016