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La innovación como tarea social
tración producen emulación e imita-
ción. Piénsese solamente en los bienes
suntuarios que se imponen en países
de “escasos recursos” junto a deficien-
cias fundamentales, creando esa “hete-
rogeneidad estructural” que hace tan
deseable reflexionar sobre “tecnologías
apropiadas” e “innovaciones respon-
sables”. Las minorías latinoamericanas
se sienten más cerca de sus homólogos
de Estados Unidos o Europa que soli-
darios de sus pueblos. Lo propio ocurre
con los científicos, que aspiran a ganar
prestigio, dinero o poder compitiendo
en asuntos y formas con sus pares desa-
rrollados.
En este escenario, solamente una idea:
ni toda innovación es apropiada ni toda
innovación representa una mejora de
vida para todas las personas. Explorar
las paradojas del progreso, su potencial
patogénico o productor de desvarío y
enfermedad es un auténtico cometido
para la intelectualidad de los grupos di-
rigentes.
De otra parte, esta consideración nos
conduce a los límites mismos de la no-
ción de innovación. Pues innovación se
considera solamente aquel cambio que
incrementa la eficiencia y la eficacia de
una técnica, o reduce tiempos y costos.
No todo cambio es considerado inno-
vador pues los hay también negativos
y retardadores, y ello nunca puede, en
rigor de verdad, anticiparse si no se co-
noce la comunidad que los padece o los
origina, sus valores y sus aspiraciones.
Bien lo saben los expertos en merca-
deo que, asombrados, comprueban que
sus recetas no funcionan siempre o de
igual forma en todos los escenarios en
que las aplican. O, como se comprue-
ba en la macroeconomía, las recomen-
daciones del Fondo Monetario Inter-
nacional, si no están matizadas por un
conocimiento del ambiente local en que
se aplicarán, pueden producir enormes
fracasos. Más allá de lo técnico, lo que
ellos implican es siempre sufrimiento de
personas, lo cual parece aceptarse como
parte del precio que se paga por entrar
al complejo globalización-progreso. El
sacrificio de los que no “evolucionan”
como prescribe la uniformadora globa-
lización de la cultura hegemónica pare-
ce no inquietar a quien no sea un excén-
trico defensor de causas perdidas o un
antropólogo que desea preservar usos
pintorescos por afición a lo raro.
Es probable que en donde mejor se
observe esta tensión –repetimos, tanto
técnica como ética– es justamente en
las tecnociencias. La universalidad de
las verdades científicas, especialmente
en ámbitos como la biología humana,
contrasta con el particularismo de sus
expresiones concretas. Toda la medici-
na occidental gravita en torno a las ideas
de Claude Bernard sobre la necesarie-
dad de los acontecimientos que están
sometidos a leyes científicas. Allí radica
la medicina científica. Este pensamiento
nomotético se ha opuesto siempre a la
tendencia ideográfica, que no solamente
acepta y respeta lo individual sino que
hace de lo único e irrepetible el auténti-
co campo de sus quehaceres. El extremo