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verdad, afincada en la radical historicidad del lenguaje y la tradición a él
unida.
No puede ignorarse el impulso que a estas cuestiones dio la Reforma lute-
rana y, en particular, la obra de Melanchton. La Sagrada Escritura podía
ser leída e interpretada por cualquier creyente sin la mediación del ma-
gisterio eclesial, el cual, preocupado más de la exégesis dogmática y de la
alegoría, hacía del fiel un mero receptor final del trabajo de intérpretes y
mediadores de la palabra salvífica. Cada persona un sacerdote, cada texto
iluminado solamente por la fe, cada persona confrontada a su verdad his-
tóricamente develada a través de prejuicios y creencias, en el buen sentido
de estos vocablos, tal parece haber sido importante aportación del lutera-
nismo a la interpretación de los textos sagrados. Tanto ellos como los jurí-
dicos son fuente de inspiración para la vida práctica y si bien los primeros
parecen surgir de la revelación y de experiencias muy particulares de pro-
fetas y líderes carismáticos, los segundos suelen contener también atisbos
de la praxis concreta de las sociedades en que se conciben. Finalmente, en
los textos literarios el lenguaje está en una espléndida autonomía, variable
desde la épica a la lírica. Exige ser considerado en su densidad y opacidad
en tanto que lenguaje y no como simple medio para la expresión de con-
tenidos o juicios.
Principal enseñanza es que el “significado” del texto no es un radical –o
“cosa”– agazapado como un animal esperando ser descubierto. Se cons-
truye en el acto de su comprensión, siempre impregnada de la historicidad
inherente a los asuntos humanos, al punto que las ciencias del espíritu
–que Dilthey bautizara como una suerte de psicología comprensiva uni-
versal– pueden llamarse “ciencias del significado” o “ciencias hermenéu-
ticas” y están ancladas en el lenguaje y la historia. De allí se sigue que en
el lenguaje corriente, pese a la diversidad de las lenguas, debe verse no
una simple herramienta para expresar pensamientos sino el pensar mismo
corporizado en el habla y enraizado en la vida. No es producto sino fuerza
productiva y la noción de texto debe extenderse más allá de lo que ha
fijado la escritura o expresan las palabras, e incluir las manifestaciones del
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