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LIEBESTRAUM
¿No es divertido asomarse al viento del malecón,
con el atardecer,
ciñendo al cinto el sonido de agua falsa
que prometiste saltar,
como una travesura
siguiendo el curso del Támesis?
Tus maneras de niña dormida
se ríen de esas falsas promesas,
y eso está muy bien
(hay promesas que no cuentan),
pero en cambio prefieres
rehacer todo el camino –
te tiendes en la gravilla,
sacudes un poco los zapatos
sembrando diminutas polvaredas
y hablas de estampidas de recuerdos
probablemente muy hermosos.
Los vientos se desplazan también con indolencia,
y por más que lo repites hasta hacer razón
te tientan los mensajes que no llegan a destino.
Esos nombres, por ejemplo,
ofrendas de turistas desarmados
ante la luz de la mañana en Savile Row,
y que nunca supieron cómo regresar
adonde sea que iban dirigidos.
De seguro soportaron su vergüenza
como un templado desvarío,
un fastidio o una equivocación,
como de costumbre.
Una pista que te preparaste a corregir
tú sola,
en todo caso,
perdida en tu propio entusiasmo,
una lejana tarde en las inmediaciones
de una casa parecida a un sueño.
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