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SILLA ARLESIANA, 1888
El último de los vigías recoge sus enseres, pone a velar ausencias, extiende sus
sacramentos. El acoso de las criaturas no sabe apaciguar memorias. Delante de los
ojos apenas una silla escuálida, un rollo de tabaco. Un nombre como una mota que
calcinó la víspera, lo impronunciable.
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