Palabra Pública N° 24 2021 - Universidad de Chile

«Todos hemos visto cómo nuestras cargas de trabajo aumentan de manera espectacular, por lo que el hecho de que estemos corriendo todo el tiempo para mantenernos al día no tiene nada que ver con la tecnología. Tenemos menos dinero y más presiones». La pandemia del covid-19 es, probablemente, el hecho histórico reciente que más nos ha hecho pensar sobre la división doméstica del trabajo y las complica- ciones, sobre todo para mujeres con hijos, de tener que hacer en el mismo espacio físico el trabajo de cuidados y el remunerado. Respecto a esto, explica que “los estudios aquí en Gran Bretaña mostraron que las mujeres hicieron una cantidad desproporcionada de educación en el hogar. Las mujeres se llevaron esa carga, pero además fueron las que perdieron más trabajos durante este periodo”. Atrapados en la paradoja John Maynard Keynes, uno de los economistas más importantes del siglo XX, dijo que a comienzos del XXI, en Occidente, solo tendríamos que trabajar tres horas al día. Creía que el desarrollo técnico y el aumento de la producción podrían satisfacer nuestras necesidades con menos trabajo. Para Judy Wajcman, el presente no funciona así porque “ha habido un aumento terrible en la desigualdad”, reco- noce. “Él estaba imaginando, creo, un mundo en el que la riqueza se distribuiría de manera más equitativa y que produciríamos lo suficiente para que la gente pudiera tener un nivel de vida decente. Y que, al elevar las condiciones de vida, la gente po- dría elegir. Creo que las personas elegirían trabajar menos horas si sus necesidades básicas estuviesen cubiertas. Keynes es uno de los economistas más inteligentes. Se dio cuenta de que, hasta cierto punto, necesitas dinero para ser feliz, pero pasado ese punto, ser muy rico no te hace más feliz que el resto y que importan otras cosas”. La pregunta que surge aquí, dice, es cómo distribuir el trabajo para que la gente pueda vivir una vida decente de verdad. “La tecnología no tiene la culpa”, se responde rápidamente. “Leí el otro día que en Portugal introdujeron una política de no enviar mensajes de texto a los empleados durante el fin de semana. Una sabe que debería poder tener un fin de semana desconectado. Lo que quiero decir es que, para mí, esto no se trata de la tecnología en sí. La tecnología facilita la dispo- nibilidad constante, pero el asunto es que la gente no debería tener que trabajar el fin de semana”, advierte la autora de Esclavos del tiempo: Vidas aceleradas en la era del capitalismo digital (2017), ensayo en el que explica que no debemos culpar a los dispositivos tecnológicos por permitirnos hacer todo más rápido, sino que el pro- blema es el reconocimiento que nuestras sociedades le dan a la productividad. Es el hecho, incluso, de mostrarnos públicamente en un estado de ocupación constante, como si eso fuera señal de éxito. ¿Podría cambiar esto de alguna forma? —“Estamos atrapados en esta paradoja de que, por un lado, buscamos que la tecnología resuelva todos estos problemas y por otro, estamos culpando a la tecno- logía por los problemas. Toda la tecnología llega a un tipo particular de sociedad donde hay valores. Y vivimos en una sociedad que valora la alta productividad, el hecho de estar haciendo la mayor cantidad de cosas que podamos y midiendo el éxito en términos de tipo de ocupación”, explica. LSE, su lugar de trabajo, por ejemplo, hoy está en huelga, al igual que “muchas otras universidades británicas, debido al exceso de trabajo”, cuenta. “Todos hemos visto cómo nuestras cargas de trabajo aumentan de mane- ra espectacular, por lo que el hecho de que estemos corriendo todo el tiempo para mantenernos al día no tiene nada que ver con la tecnología. Tenemos más estudiantes, tenemos menos per- sonal, tenemos menos dinero, tene- mos más presiones”. Según Wajcman, hay algo fun- damental que podría cambiar esta sensación agobiante de aceleración sin fin: “mejorar las condiciones labo- rales. En mi caso, estamos en huelga para mejorar nuestras condiciones de trabajo. Pero quienes lo tienen peor son los trabajadores que entregan co- mida y conducen taxis, por ejemplo. Hay muchos tipos de trabajo en los que la gente está con el tiempo en contra siempre, y apoyo mucho las campañas para mejorar las condicio- nes de trabajo de esas personas”. En Esclavos del tiempo dice que “los atascos de tráfico y los tiempos de espera no tienen el mismo impac- to en todo el mundo, ya que las per- sonas ricas en dinero, pero pobres en tiempo», pueden utilizar su riqueza para comprar velocidad. El tiempo es hoy un lujo para unos pocos y, a la vez, una nueva forma de pobreza. —La forma en que la gente rica tiene acceso al tiempo es comprando servicios; de hecho, esa es también una estrategia individual: le pagan a otras personas para hacer la limpieza e inclu- so pasear a su perro. Cuando voy al par- que, veo muchos paseadores de perros. Es increíble si lo piensas: las personas compran un perro y no lo sacan de pa- 32

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