Palabra Pública N° 24 2021 - Universidad de Chile

nueva para viejas derrotas. Que no me salgai con eslóganes, hueón. De no haber sido personas pacíficas nos habríamos ido a los combos. Y ahora pienso que recibir uno no habría sido del todo injusto. Aún así, al día siguiente, el presidente electo me lleva a la Zona Franca para comprar ropa abri- gada (en dos semanas parto a estudiar al extranjero) y me ayuda a elegir unos calzoncillos largos. Decir que las diferencias que no nos mataron como ge- neración nos hicieron más fuertes sería echarle más leña a la mistificadora narrativa de las generaciones. Lo que quiero decir, supongo, es que con el paso de los años nuestras di- ferencias, como también nuestros aciertos y nuestras encru- cijadas, ya eran las de un actor más amplio y heterogéneo, una multitud con su propia historia, con sus sueños y de- rrotas; un pueblo en movimiento enfrentado a problemas viejos con herramientas nuevas, con memoria pero tam- bién con una perplejidad compartida ante las posibilidades y contradicciones de nuestro presente. Las mejores cosas todavía estaban por suceder: el mo- vimiento No+AFP, el auge de organizaciones socioambien- tales en los rincones más remotos e ignorados del país, la solidaridad creciente con las luchas por los derechos de los pueblos indígenas, y por supuesto, la revolución feminista, la más radical y emancipadora de todas las revueltas de esta década, gesta que por sí sola da para pensar toda la década como una «década ganada». Nada de esto está «represen- tado» por Gabriel Boric, no al menos en el sentido en que tradicionalmente usamos esta palabra: estas luchas no han delegado en él su poder, no se cancelan para volver a un estado de individuos atomizados que ahora le encomien- dan al presidente electo hacerlas por ellos. Enhorabuena. Lo cierto es que todas ellas posibilitaron el triunfo de Boric y constituyen su base. Me pregunto si acaso la narrativa del triunfo de unos hijos contra sus padres no es una forma de ignorar todo esto. Un intento —seguramente no calculado— de man- tener el control sobre una situación que excede las expli- caciones acostumbradas y que protagoniza una multitud inesperada e incomprensible, un empeño por seguir expli- cando la historia a partir de lo que hacen o dejan de hacer esos especialistas del poder cada vez más profesionalizados y ensimismados que son «los políticos». ¿No es pensar a Boric como hijo de Lagos y Bachelet demasiado parecido a leer la historia como el resultado de las sucesivas luchas y alianzas de linajes nobles y dinastías de reyes? ¿No hay algo muy añejo en estas lecturas retóricamente sugerentes? *** Buscando inspiración para lo que estoy escribiendo me puse a hojear viejas lecturas, varios libros y cosas sueltas de lo que conformaron no tanto mi formación política como mi «educación sentimental», la de los que llegamos a esta creativa pelotera histórica por el lado de la izquierda hetero- doxa y con inquietudes libertarias. Apiladas en mi velador tengo unas cuantas crónicas y proclamas de Manuel Rojas y González Vera sobre la (mala) suerte de los anarquistas en la década de los 20, un poemario de Redolés, un libro de Toni Negri y esos hermosos miniensayos filosóficos sobre moral y política que escribió Albert Camus para Combat , donde está una de las frases favoritas del presidente electo, esa que dice que «en política, la duda debe seguir a la convicción como una sombra» (si bien habla del valor de confesar la duda, en realidad Camus cree que lo que acompaña a la convicción como su sombra es el error, pero hay que ad- mitir que el replanteo de Boric es mucho más sugerente). Por supuesto, como suele suceder cuando uno se pro- pone escribir, la pila en el velador no fue de ninguna uti- lidad. Pasó que murió Joan Didion y aquí estoy, leyendo frenéticamente y sin importarme para qué un montón de comentarios sobre su vida y su obra y volviendo a unas cró- nicas viejas. Se me pasa por la cabeza la idea de que no alcanzaré a terminar esta columna o testimonio o lo que sea, pero no hago mucho al respecto. Me dejo llevar por la curiosidad y al rato me olvido de todo esto. Hasta que me topo con una idea iluminadora. Hay dos conceptos claves en las crónicas y ensayos de Joan Didion, dice Nathan Heller en el New Yorker : el de atomización y el de sentimentalismo. El primero se refiere a las evidencias de fragmentación e incomunicación social que Didion comenzó a identificar en la sociedad estadou- nidense de los 60, incluso entre las personas que abogaban, supuestamente, por lo contrario (como los hippies que re- trata en su crónica Slouching Towards Bethlehem [1967], «la primera vez que me enfrenté directa e inequívocamente a la evidencia de la atomización, a la prueba de que las cosas se desmoronan», escribiría después). El segundo se refiere a la difundida aceptación de historias prefabricadas y estruc- turadas bajo una lógica emocional que tienden a esconder más que a caracterizar los problemas (como las propias de «Es difícil eludir la tentación de contarnos nuestros propios cuentos, pero tal vez esa sea la única forma de mirar de frente la diversidad de esa multitud popular que puso a Gabriel en La Moneda y poder asumir, para reparar, la debilidad de los puentes que la vinculan y la fragilidad de la confianza que han depositado en esta generación de luchadores». 8

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