Palabra Pública N° 24 2021 - Universidad de Chile

la mistificada sofisticación neoyorkina que critica en New York: Sentimental Journeys [1991], historias, dice, «cada una ideada para oscurecer no solo las reales tensiones raciales y de clase de la ciudad, sino también, más significativamente, los acuerdos políticos y comerciales que hicieron que esas tensiones fueran irreconciliables»). Y ahora lo que me pa- reció central: «La atomización y el sentimentalismo se exa- cerban mutuamente —escribe Heller—, después de todo: rompes los puentes que conectan a la sociedad y luego le das a cada isla un cuento de hadas sobre su singularidad. Didion estaba interesada en cómo sucede eso». Hasta antes de leer sobre Didion, pensaba en la narrati- va que aquí comento como expresiva de un cierto elitismo. De eso se trataba, de hecho, el párrafo que venía aquí. Y si bien lo sigo haciendo, ahora pienso que el elitismo no es lo más importante. Seguramente, quienes ven en el triun- fo de Boric y su generación el triunfo de sus hijos polí- ticos —aun cuando hasta hace poco nos infantilizaran y ahora lo maticen para recalibrar su influencia—, lo ven así porque no puedan ver mucho más que eso. Después de todo, la pérdida de vínculos entre la política tradicional y la sociedad no es ya un tema emergente, sino un estado del arte consolidado, y debe haber dejado secuelas en su forma de ver (y no ver) a la sociedad chilena. Por eso fenómenos como las movilizaciones de pensionados en ciudades pe- queñas, las colectivas feministas de liceanas o, pongamos, la Coordinadora Social Shishigang o Modatima no solo les son invisibles, sino que les son inconcebibles como expe- riencias políticamente productivas. No hacen historia; son decorado, cuando más. La atomización exacerba el sentimentalismo. La cuestión, entonces, no es tanto la relación entre gene- raciones políticas como quiénes tienen derecho a ser consi- deradas parte de esas generaciones y cómo interactúan entre sí para resolver las diferentes tensiones sociales que las atra- viesan. Por eso la narrativa del triunfo de unos hijos sobre sus padres es autocomplaciente. Porque si ese fuera el caso, entonces no había mucho que hacer más que esperar el paso del tiempo. Que Lagos y Bachelet le pasen la posta a Boric se- ría el curso natural de la vida. Pero es precisamente así como pueden pasar al olvido los diversos protagonismos populares que llevaron al presidente recién electo a La Moneda, y peor, permanecer irresueltas las tensiones que los movilizaron. El sentimentalismo exacerba la atomización. Los padres políticos y las madres políticas de la genera- ción de Boric, entonces, no son las grandes personalidades que ocupan portadas de diarios y se cruzan bandas presi- denciales. Son miles de personajes anónimos, muchos de los cuales podrían decir con igual propiedad que Carolina Tohá «luchamos desde chicos contra la dictadura y luego partici- pamos en la reconstrucción democrática», sin decir a conti- nuación que el despunte de Boric representa para ellos una «derrota de marca mayor», sino todo lo contrario: representa la recuperación de la esperanza, la confirmación de que mu- cho ha valido la pena, porque el triunfo es también de ellos. ¿Qué hay en vez del sentimentalismo de las élites de centroizquierda que se cuentan el cuento de una familia, la misma familia de siempre, en vías de reconciliación? Desde luego, no otra narrativa total y cerrada, no otro conjuro de las tensiones con relatos prefabricados, no otro cuento de hadas. Es difícil eludir la tentación de contar- nos nuestros propios cuentos, pero tal vez esa sea la única forma de mirar de frente la diversidad de esa multitud po- pular que puso a Gabriel en La Moneda y poder asumir, para reparar, la debilidad de los puentes que la vinculan y la fragilidad de la confianza que han depositado en esta generación de luchadores. Por todo esto es que prefiero los fragmentos por sobre los grandes relatos. Las escenas aisladas que puestas contra la na- rrativa magnificadora quedan disonantes. Aunque las piezas no calcen y el resultado sea un puzzle desorganizado. Aunque el resultado incomode más que reconforte. Porque eso nece- sitaremos para hacer duraderos los nuevos lazos y sostenible la lenta marcha después de la atomización, sobre todo en los momentos difíciles, que serán los más: sacar impulso de la conciencia de nuestra fragilidad, de asumir que las mayorías políticas por la vida buena están siempre en construcción. Al menos ese es el cuento que elijo contarme. Fernando Ramírez 9

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