Palabra Pública N°15 2019 - Universidad de Chile

equidistantes del centro y la periferia, hombres, diríase, de extramuros. Infructuoso es su conoci- miento: el saber acerca del poder no los hace más poderosos sino, en todo caso, quizás indiferentes. Pero Kafka todavía sugiere algo más. Insinúa que el muro —la muralla imperial— pertenece al mismo género arquitectónico que la torre: la torre de Babel. La desmesura sería su ley. Tal vez por eso a las murallas les está asignado contra toda aparien- cia quedar truncas. Se comenta en el relato la idea peregrina de que la gran muralla suministraría los sillares para la erección de la torre soberbia. No se- ría aquella sino un ejercicio de paciencia, una cien- cia de la preparación, una estrategia recovequeada que garantizara el buen éxito de la verdadera em- presa. La torre —adivinemos nosotros— habría sido criatura del impulso, no de uno cualquiera, sino de ese que somos. En cambio, la muralla que también ha surgido del impulso estaría dirigida a su regulada, reiterativa contención: no, por cierto, para abolirlo, sino para programarlo, para conver- tirlo en ciencia y en imperio. Sabemos propio del impulso el ser inconstante, empezar siempre de nuevo. Por eso la muralla, que se fabrica con los ripios de la torre, debe quedar in- conclusa. Pero lo es también porque no necesita estar acabada: nuestra fantasía se basta con unos cuantos fragmentos —zócalos desbaratados, contrafuertes o pircas rudimentarias— para redibujar virtualmen- te su consumación. Su misión es hacer palpable en la tierra el poder que la sostiene. El muro es, así, el retrato de una decisión y de un poder, y, antes que nada, de un puro poder de decisión. Todo muro debiera tener su moraleja. Las ins- cripciones que se hacen sobre ellos parecieran bus- car a tientas la enseñanza que a cada uno corres- ponde. El muro, sin embargo, permanece mudo, esquivo, impenetrable, retirándose a cada horada- miento que va ciegamente en pos de su sentido: del sentido. Este muro, en particular, el que hace poco se ha desmoronado, se lleva su moraleja en sus escom- bros y nadie, nadie que pudiese quizás atesorarlos so prestigio de souvenir , sabe descifrarla: simple- mente aferra una materia taciturna. Se dirá, claro, que la moraleja es la libertad y, sin duda, encerrar a una población con el alegato de protegerla es denotar lo externo como lo otro y lo prohibido y rodearlo del nimbo fascinador de lo libre. Pero si alguien queda prendado de esa inferencia, consulte la publicidad de una bebida de fantasía, que exhi- be hermosas imágenes de la demolición en medio de los tonos exultantes del Aleluya: resplandece la libertad como libertad de elegir entre una bebida u otra, entre una u otra mercancía de un menú que la persona que elige ciertamente no administra y al interior del cual —cualquiera que sea— queda indefectiblemente cautiva. La historia sin atisbo Hipótesis, el poder y la muralla; y la torre. Algo podrían enseñarnos estos magnos dispositivos de la “La presunción de que estamos ya en la poshistoria, de lleno, y que esta se caracteriza por la consagración de los fundamentos neoliberales y capitalistas de la organización social –y cultural– como estado definitivo, me parece que no se condice con la experiencia de esta caída”. 63 DOSSIER

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