Palabra Pública N°15 2019 - Universidad de Chile

“¿Y qué tal si dejamos de separar con un gesto tan cool el hecho de que Althusser, Burroughs y Mailer hayan cometido femicidio o intentado? Lo personal es político (…). Yo creo que una crítica emancipatoria vería que hay una relación entre esos delitos y los aspectos no tan vanguardistas de esas obras”. —Hace unas semanas circuló el discurso de Lucrecia Martel sobre Pedro Almodóvar y también todo el revuelo que causó su declaración sobre que no asistiría a la gala de la película J’acusse , de Roman Polanski. ¿Qué piensas tú de todo eso que se produjo, de esa separación entre el “hombre” y la “obra”? Me parece genial la intervención de Lucrecia, nada punitivista, ya que no vetó su par- ticipación ni se identificó con el veto legal sobre Polanski, pero fue justa en sus precisiones políticas y le creo cuando dice que, en cierto modo, aceptó presidir el jurado para hacer una intervención. Y como ves, no impidió que J’acusse ganara el gran premio del jurado. No se puede leer esa declaración sin el elogio a Almodóvar, no hay la una sin el otro. Me gusta citar textualmente: “Mucho antes de que las mujeres, los homosexuales, las trans, nos hartáramos en masa del miserable lugar que teníamos en la historia, Pedro ya nos había hecho heroínas. Ya había reivindicado el derecho a in- ventarnos a nosotras mismas. (…) Ahora se está ocupando de los hombres, que es fundamental. (…) No hay deber ser en la ética de Almodóvar, hay obligación de crearse. Obligación de inventarse”. —Sí, ese discurso fue muy emotivo. Hay ahí una apuesta estética para el futuro. ¿Y qué tal si dejamos de separar con un gesto tan cool el hecho de que Althusser, Burroughs y Mailer hayan cometido femicidio o intentado? Lo personal es político. Se supone que habría que pasar por alto en las obras de grandes machos el hecho de que hayan cometido delitos sexuales, que éstos son un “a pesar de”. Yo creo que una crítica emancipatoria vería que hay una relación entre esos delitos y los aspectos no tan vanguardistas de esas obras —ojo, no digo un correlato—. Pero para pensar en esta dirección es preciso volver a la Simone de Beauvoir de ¿Hay que quemar a Sade? —El crítico Edward Said habla en uno de sus libros sobre el estilo tardío, esta idea de que ciertos escritores y artistas encuentran una voz particular cuando ya sonmás grandes. ¿Sientes que estás escribiendo, qui- zá, de una forma levemente distinta a tus textos de los 90, por ejemplo, o de los 80? No creo que esté escribiendo distinto. Tal vez los lectores se cansaron del realismo ramplón, del totalitarismo del referente y del prejuicio hacia el barroco. Creo que me he vuelto más legible para una economía de lectura actual y me tocó la pata de conejo de la suerte. Sin duda, el auge del feminismo interviene. Pero tengo la impresión de que mis lectores no suman, constituyen tribus diferentes: las feministas de cierta edad, los jóvenes medio punk, los lectores de un periodismo de opinión que aún desean un cacho de estilo, sin duda los borrachos… —En varios textos hablas de que vuelves siempre a tus archivos y los saqueas. ¿Siem- pre te interesó esta idea de reescribirte o de “plagiarte a ti misma”? ¿O todo esto fue algo que descubriste con el tiempo? Hay un sueño Robin Hood de vender a las misma empresas periodísticas y editoriales el mismo perro con distinto collar. Pero es una bravata como la de decir que uso los diarios como borradores, bravatas que son verdad. En realidad he encontrado la forma de ir publi- cando las transformaciones de textos que tienen mucho de investigación, ¿y por qué no usar mis propios archivos? ¿Quién me va a hacer juicio? Y además, ¿qué obra que continúa no es autoplagio? No veo el valor de la novedad salvo para el mercado. Sí, el de volver a decir lo que uno entiende que diría mejor ahora según el propio museo de las supersticiones priva- das literarias y de repetir lo que uno no es capaz de cambiar. 13

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