Palabra Pública - N°10 2018 - Universidad de Chile

En un muro de calle Curicó, casi es- quina San Isidro, los artistas italianos Jorit Argoch y Leticia Mandrágora pintaron a fi- nes del 2017 un retrato del rollizo rostro de Pablo Neruda, enmarcado en las letras del poema “Podrán cortar todas las flores pero no detendrán la primavera”. Hoy, a esas pa- labras se suman los rayados “Neruda = Mi- sógino, Legado Patriarcal”, que irrumpie- ron para completar la composición luego de la polémica desatada por el reflote de un texto perteneciente a Confieso que he vivido , donde el Premio Nobel relata el episodio en que habría violado a una trabajadora en- cargada de hacer el aseo –concretamente, de llevarse los excrementos del poeta- de su habitación en Ceilán. La cita es textual: “Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pu- diera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos, la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia”. La escritora Pía Barros no conocía el tex- to de Neruda. Dice que le pareció terrible que nadie hubiese reparado en él antes. - Leí el fragmento y es terrible, es clara- mente una violación. Sobre todo porque ahí hay un problema de clase y de géne- ro. Hay mucha problemática metida en aquello a lo que él pone el viso del roman- ticismo; no tiene nada de romántico, sino que es solamente una violación- asegura. El texto, continúa Barros, es una clara evidencia de cómo operaba la clase alta chilena y, también, de cómo incorpora- mos y naturalizamos prácticas y discur- sos aparentemente “tradicionales”, sin someterlos a una lectura crítica. -En este país la oligarquía buscaba niñas limpiecitas, jovencitas, para que fueran inauguradoras de sus hijos y les quita- POR ANA RODRÍGUEZ S. FOTO ALEJANDRA FUENZALIDA El movimiento parece no acabar y trasciende estilos y generaciones: comenzó con la indignación por una violación confesa en un texto de Pablo Neruda, siguió con otro episodio de violación en una autobiografía de Alberto Fuguet y en estos días enciende los ánimos con columnas publicadas por Francisco Ortega. El castigo a la naturalización de los abusos sexuales en obras literarias es una de las luchas del pensamiento crítico actual feminista, frente al cual han aparecido propuestas que buscan generar mayor conciencia a la hora de integrarlos a los currículums escolares o, incluso, eliminarlos del panorama cultural. ran la virginidad. Es una costumbre que por supuesto hay que erradicar y que es brutal. Pero esa costumbre que nosotros naturalizamos es también parte de aque- llo de naturalizar ciertas obras en la lite- ratura. Tú naturalizas ciertas obras como buenas sin cuestionar su contenido y sin cuestionar al lector que recibe ese tipo de contenido. Hay prácticas que hay que erradicar; pero no por ello dejar de vi- sibilizarlas, cuestionarlas y transformar- las también en un aparato literario y un cuerpo político- dice Barros. Elvira Hernández, recientemente galar- donada con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, trae al recuerdo un cuento de Teresa Hamel presente en el li- bro Las causas ocultas . En él, Hamel relata un incesto que se produce en una zona campesina. “No era aquél sólo un caso particular aunque lo fuera; eran miles de casos en nuestro territorio que se reunían en ese relato donde el jefe de familia, el padre, tiene en la hija mayor una segunda Abuso sexual en los textos literarios: VIOLENCIAS AL PIE DE LA LETRA P.40 P.P. / Nº10 2018

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