Bicentenario de Hispanoamérica: Miranda escritor

56 ―Tomé mi café, frutas, etc., con aquellas buenísimas y sencillas gentes, y después monté al campanario o torre de dicha iglesia, de donde se goza una vasta y hermosísima vista sobre los Alpes, Rhin, lago y país de enfrente, y se ven 93 campanarios o lugares diversos, Lindau y Bregenz, como si se pudieran coger con la mano‖ 76 . En esta ruta, Miranda ha podido conocer también a algunas personas letradas. Días antes de la visita a la iglesia de Walzenhausen, el 9 de agosto, en la aldea de Speicher, el caminante ha estado en la casa de un médico que habla latín, posee una buena biblioteca, tiene un peqieño órgano, cultiva un jardincillo y ama por sobre todo la libertad y la sencillez. En la preferencia por la frugalidad y la sencillez el señor Zouberbuler coincide con Virgilio, cuya lengua habla, y con el viajero, quien trae a su recuerdo a la ―emperatriz sabia‖, pensando que ella sabría apreciar la virtud de aquel hombre. A Miranda le impresionaron las cualidades de ese caballero y por eso escribe sobre él con cierta extensión. También conversó con el hermano de Zouberbuler, persona igualmente interesante. Invitado, Miranda va donde el Landamann del cantón, señor Zouberbuler, que tiene su casa allí, pegada al village de Speicher. Encontramos a este venerable jefe, o patriarca, que fumaba la pipa... Nos recibió con sumo agrado, y me hablaba en latín, pues no habla francés, y así, con la ayuda de su hermano, seguimos la conversación. Es médico, y me enseñó su botica, muy bien reglada, y su biblioteca, compuesta de muy buenos libros. Me decía muchas veces: ‗Amo libertatem‖, y en su boca adquiría nueva energía la expresión. Así me llevó por toda su casa, que en el aseo y simplicidad anuncia ser albergue de la virtud. Aun observé un órgano, en que mi buen amigo ejerce por diversión la música; y me enseñaba con particularidad su jardincillo, con una hermosa fuente que corre en él, y me repetía: ‗Amo simplicitatem et libertatem‘ [...]. ―Me convidó con suma bondad a comer de su frugal mesa; y nos sentamos a ella su mujer – también de carácter respetable -, su ayudante de médico, mi compañero y yo. Una sopa, un pedazo de carne con coles y pequeño guisado, miel, queso y frutas, con buen vino; era todo, y sazonado de su agradable conversación; que aseguro es el más delicioso convite que he tenido en mi vida. Y no dejaba de acordarme y compararlo 76 Ibídem, p. 405.

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