La tierra de fuego: gente y naturaleza marcadas por el calor profundo

la tierra de fuego 11 22°19’53”S 68°0’37”O Acostado en lo alto, acompañado sólo por el pastoreo de las nu- bes y el canto eléctrico de las tormentas ocasionales, descan- saba Tata-Machu, el abuelo grande, como llamaban los ayllús andinos al cuerpo macizo y ondulante de montículos que divi- dían el cielo de la tierra. El lugar era un Kahur-Huasi, un cerro sagrado, una forma excepcional de referirse al territorio, cuando todo el manto del mundo que pisaban los pueblos eran atribui- dos a la Madre Tierra. Pero un día, Tata-Machu no descansó más. Dejó su descanso eterno y se largó a llorar. El mundo como lo conocían los hom- bres y mujeres andinos se había desfigurado. Sin que nadie pudiese explicarse por qué, la Madre Tierra desató una ola de furia que comenzó con un temblor que pronto se transformó en frenéticas sacudidas que tajearon la tierra, abriendo grietas que se tragaron ayllús completos, transformando el horizonte y colocando planicies tirantes donde antes dominaban quebradas y rocas afiladas. Hubo también vientos como cachetadas que le- vantaron el polvo y nublaban la vista y luego tempestades cuyas aguas corrían furiosas lavando un paisaje totalmente nuevo. Muy pocos sobrevivieron a esta gran tragedia universal en la zona de El Loa, y quienes lo hicieron, tratando de identificar lo que alguna vez fue un mundo conocido, dieron con la silueta del Tata Machu en el horizonte, aún acostado, aún enorme, pero ya no más descansando, sino botando inmensas lágrimas expul- sadas a chorros hacia lo alto, calientes y vaporosas, como un ruego para que el caos cesara. “Iu, iu, iu”, cantaba su llanto. Y desde ese día, los pobladores comenzaron a llamarlo Tata Iu. Y pasaron los años, y el nombre fue cambiando como el tiempo y derivó en Tataíu, hasta que cambió un poco más y ahora tiene el nombre por el que lo conoces tú: Tatio. El llanto milenario del abuelo andino Texto: Sofía Otero / Ilustración: Daniel Blanco

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