Ser-humano (cartografía antropológica)

— 121 — 7. Ser humano activo Charlar y hacer son cosas diferentes, más bien antagónicas Marx 1 A l reconocer el hombre en sí mismo el centro, al estrellarse el ser humano finito contra los límites que impone la experiencia a las construcciones en el aire de la razón especulativa, al experimentarse el sujeto universal como parte de un todo, y sin embargo como cúspide de ello, en lo que se recapitula la con - cepción del hombre como hecho a imagen y semejanza de Dios del homo viator , están dadas las condiciones y los presupuestos para que la humanidad empren - da otra vez una de las mayores transformaciones: el tránsito de la vita contem - plativa a la vita activa , y parejamente con ello nazca el ser humano activo. De los parámetros de las concepciones antropológicas que hemos destacado –diacronía-sincronía, relación contestataria, co-originariedad, amalgama y siner - gia– conviene destacar que la última supone una suerte de transfusión de san- gre de una a otra. Esto es claramente visible en el hombre activo, ya que varios de los signos de extravío que se vinculan con él en nuestro tiempo ya se anun - cian veladamente en esas características que recién destacábamos del sujeto universal, del ser humano finito y del ser humano como centro: la separación ente hombre y mundo que conlleva el hombre como centro, la circunscripción a la experiencia y a los fenómenos empíricos del ser humano finito, y la pretensión de ser cúspide de la totalidad del sujeto universal. Si bien, el nacimiento del ser humano activo, como probablemente todo na - cimiento, es promisorio y se acompaña también de la sensación de un nuevo viento en la historia, resulta indiscutible que a la larga el hombre activo nos conduce a nuestra situación actual en la que lo que manda es el mercado y todo es medido bajos criterios de productividad y rendimiento, que no se condicen en absoluto con la vida del espíritu y la cultura. Esta situación de extravío en que nos encontramos, que claramente se lee ya en La rebelión de las masas (1929) de Ortega y Gasset, en La situación espiritual de nuestro tiempo (1932) de Jas - pers, como en La pregunta por la técnica (1953) de Heidegger, así se lee también en La condición humana (1958) de Hannah Arendt, en El hombre unidimensional (1964) de Herbert Marcusse, en Las estrategias fatales (1983) de Jean Baudri - llard, en El imperio de lo efímero (1987) de Gilles Lipovetsky, en El fin de la histo - ria (1992) de Francis Fukuyama, como en general en distintas obras del post-mo - dernismo, partiendo por La condición post-moderna de Francois Lyotard.

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