Ser-humano (cartografía antropológica)

— 111 — En El destino del hombre de Fichte leemos algo con caracteres de sentencia: “Si yo pienso, ello piensa por mí” 72 . Y, si bien él sostiene esta sentencia en el con - texto de una crítica al determinismo, sin embargo, de acuerdo a los principales capítulos de este libro (“Duda”, “Saber” y “Fe”) los dos primeros encuentran su justificación propia en el tercer capítulo –“Fe”– en el sentido de una suerte de “fe filosófica”. Lo anterior quiere decir que los principales presupuestos del determinismo (expuestos en “Duda”) como de la teoría representacional (ex - puesta en “Saber”) se legitiman en la medida en que son confrontados con las más profundas convicciones, que se cimientan en nuestra fe ( Glaube ). Respecto de esta última, y bajo este mismo nombre –“fe filosófica”– se podría hacer la comparación con lo que ella significa en el pensamiento de Jaspers. Volviendo a la sentencia “Si yo pienso, ello piensa por mí”, cabe decir que, en primer lugar, se hace alusión aquí al “yo pienso”, al cogito cartesiano, pero yen - do patentemente más allá de éste, en rigor incluso planteando un vuelco ra - dical. Mientras que en el cogito cartesiano está en juego un sujeto particular, en cambio con Fichte, se plantea por primera vez un sujeto universal, del que formamos parte. El hombre no se da sí mismo el pensar, la capacidad de pensar, sino que, si pensamos, ello es cada vez, nada más ni nada menos, el resultado de una evolución del cosmos, la naturaleza o el ser; lo mismo para Fichte, nues - tro sentir, recordar, imaginar, e incluso soñar. El filósofo de Jena plantea que el cosmos ha evolucionado hasta un punto tal en que sucede que de ser hasta ese momento sólo esencia, se desdobla y es ahora esencia y conciencia. Él nos llama la atención sobre el fenómeno de la aparición de la conciencia en el cosmos. Hasta cierto momento (de la evolución cósmica) sucedía que había sensaciones respecto de lo que es que captaban los animales y las plantas a su modo y con sus propios sensores peculiares, pero no había todavía una conciencia, un estar consciente de lo que hay, de lo que es. Sin duda ya había cristales, flores, fuego, estrellas, pero ninguna conciencia que diera testimonio de todo ello. Mas, este fenómeno de la aparición de la conciencia, no lo hace el hombre, sino el cosmos a través del hombre: “La naturaleza se eleva paulatinamente en los peldaños de sus creaciones. En la materia bruta ella es un ser simple; en la materia organizada se vuelve sobre sí para actuar al interior de sí misma, en la planta para formarse. En el animal para moverse; en el hombre, como su pieza maestra, vuelve ella sobre sí para perci - birse y contemplarse a sí misma; ella se duplica en él y es en un mismo ser, ser y conciencia unidos” (BdM, p. 184-185). Mas, como decíamos, si el mencionado sujeto universal tiene una justificación para Fichte, viene a ser en el sentido del yo que somos que vale como un primer 72 J. G. Fichte, Die Bestimmung des Menschen , Stuttgart: Reclam, 1997. En lo sucesivo abreviado como ‘BdM’, trad. mías./ Ed. cast.: El destino del hombre , trad. de Vicente Romano, Ávila: Aguilar, 1963, Capítulo “Duda”.

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