Sonia Montecino: ceremonia de reconocimiento - page 10

Quiero decir que desde hace mucho conocemos y convivimos,
en nuestro Chile querido, con el bestiario de huachos
resentidos (dictadores siniestros, femicidas y pedófilos
encubiertos), de lachos consagrados y patéticos (Charlie
Badulaque, engolosinador de “cachorritas cadenciosas”, Kikes
varios de la trasnoche santiaguina, Yerko Puchento que se
desmadra con la Chechi Bolocco—sueño en technicolor del
huacharaje nacional) y madres portentosas de arrastre visceral
y carismático (la “Michelle del Chile de todos” ¿expectativas
que reventarán? o la pregnancia de una Tía Sonia—la madre
del “Vampiro”Massú—¿en qué otro lugar del mundo—me
pregunto—, la madre de un vampiro tenístico tendría tal
relevancia colectiva?).
Estas presencias masculinas y femeninas cumplen roles,
sociales y familiares, imantados alrededor de un norte
magnético: presencia femenina vertiginosa en su marianismo
eclesial, alumbrador de huacharaje mestizo, contrapuesta a un
varón castrado en su ausencia paternal. Mujer brújula, pero
también bruja bien-mal amada, todo esto nos columbró, con
valor y penetración, Sonia Montecino, en sus varios libros de
reviviscencia idiosincrática nacional.
De todos ellos, que Uds. conocen, dos son de citación
inevitable, aún para el pudor de nuestra homenajeada aquí
presente: Madres y huachos, alegoría del mestizaje chileno
(1991). Libro peregrino porque anda por tierras extrañas para
entregarnos una reflexión que develó sitios no tocados por el
saber oficial: cómo somos mujeres y hombres en nuestro
territorio mestizo.
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