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conciencia moral del estudioso individual. A ello se añade la supervisión
ejercida por la comunidad científica (comunidad de pares) y las norma-
tivas emanadas de la autoridad política (el Estado y sus leyes). La historia
del movimiento bioético revela que este control por parte de los científi-
cos y sus comunidades, en algunas áreas, se considera insuficiente y ello
ha derivado en la preparación de normativas escritas, leyes específicas e
instituciones sociales que demandan estándares éticos (comités y comi-
siones). Emanuel y Grady proponen cuatro “modelos” para la regulación
de la investigación clínica:
paternalismo
del investigador,
proteccionismo
regulatorio,
acceso
de los participantes y
asociación
colaborativa. Aunque
esta taxonomía parece amplia, es conveniente destacar el autocontrol de
los propios grupos profesionales
(4)
.
Si bien idealmente la investigación clínica es una colaboración entre ex-
pertos y legos, la evolución indicada traduce desconfianza de la sociedad
general hacia los científicos. No siempre la
filantropía
(amor a la huma-
nidad) se acompaña de
filotecnia
(amor al arte) o
autofilia
(amor propio).
Los dilemas éticos y los conflictos de interés –económicos, de poder y
de prestigio– exigen supervisar los trabajos mediante procedimientos for-
males, uniformes, transparentes e independientes de los investigadores y
los patrocinadores. El poder de la industria transnacional, expresado en
incentivos y eventualmente selección de lo publicable, puede distorsionar
los resultados primarios, usados luego en metanálisis, directrices para el
tratamiento y planeación económica
(5)
. En algunos países intensivos en
investigación, ésta es financiada en más de un 60% por la industria. Ello
dificulta aplicar normas éticas uniformes y no impide incentivos despro-
porcionados o adulteración de resultados
(6)
.
Un estudio en sujetos humanos está justificado si aporta nuevos conoci-
mientos, es beneficioso para quienes lo ejecutan o reciben sus productos
y existe real incertidumbre sobre su resultado. Esta incertidumbre puede
ser generalizada en la comunidad de expertos (lo que se llama “
clinical
equipoise
” o indiferencia) o ser propia del investigador y su grupo. En este
segundo caso, puede ser incertidumbre no culpable, si toda la comunidad
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