Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

303 uso internacional El imperio garantizaba la paz del mar, que había sido durante mucho tiempo un lugar sin ley, un misterioso lugar del planeta, al que iban a dar los “osados”. Pero los imperios ultramarinos hicieron del mar una especie de tierra firme en cuanto le dieron ley (“el imperio de mar”, dice Virgilio en La Eneida ). No es mi propósito aquí citar in- genuamente a un jurista que puso su inteligencia al servicio de una causa repugnante, pero Carl Schmitt, en El nomos de la tierra , muestra un mundo en que los imperios legislaron el mar. 228 El mar se hizo amigable simbólicamente, si se quiere, por los imperios. La destruc- ción del Imperio Español acongojaba tanto a Bello porque significaba volver a fojas cero los progresos hechos sobre el mar. El mar volvía a transformarse en la tierra sin ley, en el lugar del todo vale, el espacio 228 Escribe Schmitt: “Únicamente al surgir grandes imperios marítimos, o según la palabra griega, ‘talasocracias’, también fueron establecidos en el mar la seguridad y el orden. Los perturbadores del orden así creado se convertían ahora en de- lincuentes comunes. El pirata era declarado enemigo del género humano, hostis generis humani. Ello significa que era proscrito y desterrado y declarado fuera de la ley y de la paz por los soberanos de los imperios marítimos”. Schmitt (s.a., p. 23 ). No hay que dejarse engañar, pues en este libro las intenciones de Schmitt son normalizar como una tendencia de historia cosmológica las invasiones de Hitler al corazón de la Europa del Este. Schmitt, al que hoy se lee con naturalidad asombrosa, fue un esteta reanimador de los procesos cruentos de la historia como si se tratasen de episodios ineludibles para la civilización: una atractiva manera de promover la crueldad voluntariosa.

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