Escuelas de Arte, Campo Universitario y Formación Artística

117 1. Una fábula amoral Érase una vez un muchacho que quería ser artista. Tenía varias opciones, la mayoría a contrapelo de lo que su familia y su medio social podían resistir. Persistió y se matriculó en una universidad. Había tantas que no le costó encontrar una lejos de su casa. Pensó que una carrera certificada por este tipo de instituciones era la mejor opción para lograr el objetivo de ser artista, además de legitimarse frente a su familia y su medio social. Una vez ahí se encontró en medio de un curso donde la gran mayoría de sus compañeras eran mujeres. Esto no lo inquietó, por el contrario “las mujeres son las que cocinan en la casa, pero los grandes cocineros son hombres” –pensó– por lo que igualmente entre los artistas la determinación de género podría jugar a su favor. Para él hacer arte no era una extensión de una práctica doméstica, ni el dominio de una destreza artesanal; su machismo –inconfesable– lo acompañaba con la seguridad de un mastín. Él no estaba entreteniéndose temporalmente, ni menos marcando el paso, por lo que con la misma persistencia –y con más facilidad de lo que él esperaba– cursó sus asignaturas impuestas por un currículum sin muchas opciones, siendo algunas más útiles, otras más alejadas de lo que él necesitaba y otras absolutamente indiferentes a sus intereses. Todas las aprobó regularmente, de manera cada vez más indiferente, incluso las más útiles. Hacia el final de su carrera universitaria había juntado un par de ejercicios bien evaluados, otro par de ideas comentadas y muchas horas de socializar en torno a los rituales del sistema de arte que seguía con fruición. Inauguraciones, bienales, La práctica, la enseñanza y el aprendizaje: de la condición a la relación José de Nordenflycht 1 1 Académico e investigador. Profesor Asociado de la Facultad de Arte de la Universidad de Playa Ancha, Valparaíso.

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