Brian, el nombre de mi país en llamas: cuadernillo de montaje de egreso

30 esos poemas. Bien. Queremos hacerlo. Vamos. Pero como no solo de pan vive el hombre, ni de solo emociones vivimos los actores, apare- cieron las ineludibles: ¿cómo nos enfrentamos al texto?, ¿cómo ha- cemos el trasvase de la poesía al teatro?, ¿dónde están los dos puntos y el nombre del personaje escrito al margen?, ¿dónde meto mi línea ininterrumpida de acciones? Lo mejor-peor de todo: las respuestas había que fabricarlas, y con cero certezas de que fueran las correc- tas. Sin embargo, había algo en el texto que siempre nos resonó y nos susurraba al oído que ALGO teníamos que hacer, una especie de vínculo emotivo-profesional que nos ayudó hasta en los momentos más críticos: la contradicción. Esa que a Jesús Urqueta le pareció tan interesante como a nosotros a la hora de dirigir. La misma de las za- patillas Nike y la protesta por Catrillanca. Había una contradicción que se instalaba en nuestros cuerpos y que la reconocíamos en el co- tidiano. Había contradicción y había rabia. Rabia porque somos chi- cos, porque nacimos en democracia, porque nuestras luchas a ojos más viejos siempre van a ser menores, porque sentimos que tenemos todo para ser valientes y aun así estamos cagados de miedo. Y frente a eso, una oportunidad: la de sacar una voz generacional con el pie forzado de una obra de egreso en una universidad tradicional. En- causar eso, representaba, entonces, un desafío agregado al de hacer un montaje. Otra vez: construir respuestas a las preguntas. Quizás fue esa motivación, la de darle una voz a un cuerpo colec- tivo —en una escuela stanislavskiana, de personaje en el sentido más tradicional y decimonónico— lo que nos hizo en una primera etapa plantear la mayoría de las escenas como escenas colectivas, corales, antes de llegar al resultado final. Queríamos homogeneizarnos, ac- tuar como un todo, encapucharnos y gritar consignas incendiarias aunque fuera en el escenario del Teatro Nacional Chileno, al lado del BancoEstado, al lado de La Moneda, en una cámara de sonido metida en el corazón de l(a) capital. La famosa contradicción. Queríamos es- capar del yo, o más bien, que cualquiera pudiese poner su rostro en la capucha e identificarse con el grito que era hacer esta obra.

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