Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1

Sobre el don y el superyó o de la trasposición de la deuda en deber / Esteban Radiszcz – 185 Sobre el don y el superyó o de la trasposición de la deuda en deber Esteban Radiszcz Deber la deuda, adeudar el deber. “Antes de empezar –me dijo un paciente hace algún tiempo–, quería preguntarle si tendremos sesión mañana”. “Sí, por supuesto”, le respondí. “Ah. Es que no res- pondió mi correo”, insistió. “Lo siento, creí que había quedado claro”, alcancé a agregar. “¡Debió habérmelo contestado!”, contestó con voz firme y algo molesta. Entonces se recostó en el diván y comenzó a hablar de su cansancio. Había pasado toda la noche trabajando en un informe, el cual le había sido imposible producir sin confrontarse al apremio del plazo de entrega que se cumplía aquel mismo día por la mañana. Se trataba de un paciente que, luego de estar algún tiempo en análisis conmigo, se había trasladado a vivir fuera de la ciudad. Desde entonces, cada vez que venía de visita, me escribía un mail para acordar un cierto número de sesiones. A esos correos hacía referencia en ese momento. En ellos yo le había ofrecido ciertos horarios, y él había escogido algunos. Allí se interrumpió el intercambio epistolar. Erróneamen- te, yo había pensado que, estando claras las fechas y las horas, no era necesario un nuevo correo. Olvidaba que no sólo se trataba de epístolas, sino que, ante todo, de un intercambio sostenido en virtud de ellas y, por otros elementos contenidos en esos correos, debería haberme dado cuenta de ello. En efecto, él me había ofrecido el primer correo y me correspondía, entonces, devolver el último. En consecuencia, faltaba mi respuesta, del mismo modo que se extrañaría un “buenos días” frente a algún saludo recibido. Pero en aquel comienzo de sesión la omisión no se traducía en su simple señalamiento o en un reclamo de mi misiva. En boca de mi paciente, el requerimiento tomaba la forma de la exigencia de un deber, donde lo adeudado se inscribía como lo debido. De hecho, aquella misma transposición de una deuda en deber también se encontraba en las palabras que pro- siguieron una vez recostado en el diván. Efectivamente, la procrastinación de mi paciente tomaba en ese momento la forma de la deuda de un trabajo que sólo pudo ser producido bajo el látigo del deber. A decir verdad, no parece completamente inapropiado considerar que la men- cionada transposición de la deuda en deber implica sostener una vinculación entre las dimensiones del don y del superyó . Pero, ¿es esto posible? ¿La gratuidad de un ob- sequio o de un saludo no se encuentra, acaso, en el extremo opuesto de la exigencia

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