Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1

Estrategias estatales de psicologización de la política / Horacio Foladori – 177 En el ámbito del trabajo Desde hace un par de décadas, el asunto de la gestión ha desplazado la preocupación por la productividad. El management flexible encargado de sostener e implementar la taylorización, el fordismo y hasta el ohnismo en todo proceso productivo, ha teni- do repercusiones desastrosas en la salud mental de los afectados. Cristophe Dejours 1 ha sostenido que los cambios introducidos por la gestión han pasado desapercibi- dos, incluso para los trabajadores y funcionarios, para los sindicatos y partidos de izquierda, que no se han percatado de la relevancia de los mismos y tan sólo han acusado recibo en sus cuerpos, a través de sus patologías. Cada vez se trabaja más –a pesar de los robots, que tenían la misión de terminar con el trabajo–, por lo que el sufrimiento institucional producto de la sobrecarga de trabajo ha producido nuevas patologías no vistas hasta ahora, como son el burn-out y el karôsh i –las más extre- mas–, pasando por la hiperactividad laboral (“trabajolismo”) identificada como una adicción 2 , así como otras donde lo psicosomático se derrama con toda amplitud. Esta gestión ha introducido algunos dispositivos, tales como la evaluación in- dividual del rendimiento, que ha tenido un enorme impacto en la organización del trabajo al romper sistemáticamente con toda posibilidad de trabajar en equipo. Este atajo, por la vía del énfasis en la individualidad, ha sido desencadenante de conflictos interpersonales en el espacio laboral, produciendo un clima emocional adverso para el desempeño y dañino para la salud mental del trabajador e, indirectamente, se ha constituido en un atentado contra la sindicalización. La gestión, preocupada por medir los rendimientos individuales, aparece como una modalidad inofensiva de disponer de la organización del trabajo. Realiza, en la práctica, el manido eslogan de “dividir para reinar”, descalificando toda preocupa- ción y reflexión por el acto de trabajo en aras de una flexibilidad que despersonaliza y desagrupa, vale decir, des-socializa la producción. La introducción de la “calidad total”, por ejemplo, ha generado un acelerado tránsito hacia el control de los compa- ñeros entre sí, coartando toda iniciativa, lo que es una fuente de sufrimiento por la imposibilidad de realizar “bien” el trabajo y sentirse reconocido por los pares. El tra- bajador es forzado a trabajar, poniendo en juego sólo la fuerza de trabajo y teniendo que disociar su inteligencia práctica y su creatividad, las cuales, casi anuladas por los protocolos oficiales, no encuentran cabida en la realización personal como soporte del desarrollo de su identidad. La consideración de roles y lugares en el organigra- ma de la institución, más que a personas, ataca sistemáticamente la identidad de los trabajadores y funcionarios, que se sienten humillados al no ser reconocidos en su individualidad como seres sufrientes. 1 Christophe Dejours, Trabajo y sufrimiento (Granada: Modus laborandi, 2009). 2 Marie Pierre Guiho-Bailly y Dominique Guillet, “Cuando el trabajo se vuelve droga”, en Organización del trabajo y salud (Buenos Aires: Lumen, 1998), 125-138.

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