Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1

116 – malestar y destinos del malestar Políticas de la desdicha el tiempo – en una escena proviente más de una tragedia que lo concierne a él mismo y al analista en el espacio privado de la sesión. Finalmente, tratándose siempre del abordaje del sufrimiento del paciente, se me aparecía a menudo en mi práctica clínica la indicación de un desfase entre el sufrimiento proyectado sobre mí y su expresión contenida, lo cual provocaba un sen- timiento de desconcierto; sentimiento que me desarmaba y me conducía, llegado el caso, a proponer una solución de enganche que, más allá del miedo y de la angustia, se ubicara en el corazón de la situación de desamparo para que, a través de mí, esta última nuevamente actuara en el espacio circunscrito de la sesión. En ese entonces, exponía los casos de dos pacientes donde uno y otro se queja- ban de quedar paralizados y fijados en una postura cuando se hallaban en público. Con el primero, mi presencia afectiva y prolija, al inicio del tratamiento, hacía eco del sufrimiento psíquico que me manifestaba; con el otro, el hecho de que, en la segunda sesión, hubiese olvidado casi en su totalidad el contenido de la primera, respondía a la presencia ausente de mi paciente. Así, dejaba planear la idea de posi- bles vasos comunicantes entre analizante y psicoanalista; una idea que, por cierto, no es nueva, pues el mismo Freud hablaba de fluidos comunicantes al referirse a las mociones pulsionales de carácter sexual que, en sus Conferencias de Introducción al Psicoanálisis , él se representaba “como una red de vasos comunicantes” 4 . La comuni- cación asociativa a la cual me refería en aquel tiempo estaba lejos de ser tan directa como se podría creer y, sobre todo, se encontraba esencialmente en relación a una cierta disposición afectiva. En fin, la problemática de la sorpresa y de la disyunción hacía parte de mi inten- ción por establecer, de manera dinámica, las bases de un trabajo futuro en función del cual yo trataba de conceptualizar, refiriéndome al teatro antiguo, a partir de la idea de hacer emerger una suerte de héroe, como aquel que antaño cargaba consi- go la falta trágica para liberar al coro. Un héroe cuyo sufrimiento se inscribe por, como lo sugería Freud en Tótem y tabú hacia 1913, representar al padre primitivo. En tal sentido, el psicoanalista se encontraría, quizás más a menudo de lo que se podría pensar, llevado a comportarse al modo de un héroe; es decir, a la manera de aquel que toma la última opción que, siendo siempre a penas percibida en última instancia, lo empuja cada vez a la obstinación por encontrar nuevas alternativas. Transformación, presencia, sorpresa : tres palabras claves para permitirnos abordar la pregunta por lo extremo. Pero, para hablar de ello, acabo de comenzar por el final. Volveré sobre esto luego mediante algunos ejemplos. Quisiera primero situar, de forma más general, lo extremo para decirles unas palabras de su historia, de su ámbi- 4 Sigmund Freud, “Conferencias de Introducción al psicoanálisis”, en Obras Completas de Sigmund Freud, vol. 16 (1916-1917; Buenos Aires: Amorrortu, 1991), 314.

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