Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1

112 – malestar y destinos del malestar Políticas de la desdicha hija. Algo se detuvo y se congeló en el dormir de María, algo que tal vez le pertenecía tanto a ella como a sus padres. Los tiempos de esta historia se comenzaron a ligar. Es posible que María portara la historia de su padre en su propio cuerpo. El carácter traumático de la vivencia del padre parecía alojarse en su silencio, en su imposibilidad de referir, de contar a otro su vivencia y, también, parecía alojarse en María, en sus noches, en su sueño inte- rrumpido. En consecuencia, me interesa destacar lo siguiente: María y sus padres, habitando un espacio de inclusiones recíprocas 1 , comienzan casi simultáneamente a instalar dos movimientos en esta historia. Mientras María comenzaba a interrumpir sus desplazamientos constantes durante la sesión, sus padres comenzaban a referirse a ella y, particularmente, su padre ubicaba un recuerdo de la historia familiar en el espacio transferencial. Señalo que ubicaba un recuerdo y que no sólo contaba un relato, pues casi al final del trabajo clínico el padre se cuestionó si su hija se habría afectado por su incidente. “Era una bebé tan tranquila, y de repente ya no durmió más. Pero si era tan chiquitita cuando yo estuve tan asustado… ¿cómo se iba a dar cuenta?”. La dificultad de María empezó a ser parte de una historia, un origen se comenzó a construir desde el discurso parental. María, con casi cuatro años de edad y luego de aproximadamente un año de tratamiento, ya no requirió ir más en busca de su madre a la sala de espera. Comen- zó a hacer muchas preguntas relacionadas con el tiempo cuando se aproximaba el término de la sesión (“¿Cuántos minutitos quedan?”) e insistía en que su madre no entrase a sesión (“Please, please, que hoy día no entre mi mamá”). Y así un día llegó aquel sueño de la letra M en la boca. Recordemos el sueño de María o, más precisamente, el relato de la madre de María sobre eso que devino sueño. Una letra M que estaba en un particular espacio: la boca, la cual puede fun- cionar como un posible umbral capaz de separar lo interior y lo exterior del cuerpo psíquico de la niña. Letra M que no era tragada, tampoco vomitada; letra M que era soñada. El ejercicio materno permitió, en un doble y simultáneo movimiento, hacer nacer la posibilidad de un sueño y conceder un trabajo de expulsión psíqui- ca, de lanzar fuera. Aquellas palabras cargadas de afecto –“Hija, estabas soñando ” – pudieron permitirle a la niña construir la exterioridad necesaria para poder soñar. María había podido movilizar sus investiduras. En su vida nocturna, su psiquismo se había movido desde los desplazamientos ejecutados con el cuerpo (por los espacios de la casa) hacia la posibilidad de desplazarse en sueños. En su vigilia, su psiquismo se había movilizado desde los desplazamientos corporales (por los espacios de la consulta) hacia la posibilidad de permanecer en sesión para desplazarse jugando, dibujando y relatando historias. La vivencia inscrita, memorizada en el psiquismo 1 Mahmoud Sami-Ali, El espacio imaginario (Buenos Aires: Amorrortu, 1976).

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