Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1

Sueños de niños, recuerdos de padres / Marta González – 111 venidas: figuraba caminos hechos de cojines, los recorría saltando y movilizando su cuerpo, nombrando sus movimientos y posiciones. Poco a poco, María se mostraba capaz de permanecer más tiempo en el espacio destinado a las sesiones. Con gran intensidad, María comenzó a jugar a las “escondidas” y, ya oculta en su guarida, me decía: “Ahora cuenta hasta diez, pero recuerda, ¡no me encuentres!”. Este era su juego de escondidas: ocultarse a condición de ser encontrada. Algo simi- lar comenzó a ocurrir en el espacio de su casa. Por aquel entonces la madre señalaba que, al irse a dormir, María le decía: “Buenas noches mamá, ¡pero no te vayas!”. Mientras María desplegaba estos movimientos, los padres comenzaron a dete- nerse en los primeros tiempos de su historia familiar y un efecto amplio de tristeza se empezó a instalar en el espacio de la sesión. Se habían ido las bromas frecuentes con las que el padre solía acompañar su relato, mientras María comienza poco a poco a darle un giro a sus constantes desplazamientos para permanecer por más de tiempo en un espacio diferente al de su madre. Igualmente, los padres de María pudieron, poco a poco, darle un giro a la forma de referirse a su hija. Ya no se trataba sólo de la niña que no duerme, sino que para los padres comenzó a aparecer una niña que se movía, que jugaba, que dibujaba, que sonreía. Los padres comenzaron a referirse a su hija, a poder hablar de su niña. El padre señaló que María hacía unos lindos dibujos. Comenzó a recordar que cuando él era un niño le hacía dibujos a su abuela materna, quien lo crió. Su madre había fallecido cuando él sólo tenía tres años. Este recuerdo de su propia infancia le permitió conectarse con otro recuerdo, uno vinculado a los primeros tiempos de su paternidad. Recordó que cuando María tenía cinco meses tuvo que hacer un viaje por motivos laborales a otra región del país. Un viaje en bus que estuvo cerca de no concluir, pues sobrevino una dificultad que, en el trascurso del mismo, había puesto en riesgo la integridad de los pasajeros. Tal incidente tuvo el carácter de un accidente para el psiquismo parental. De hecho, el padre no pudo relatar de inmediato lo su- cedido a su familia y comenzó a tener importantes dificultades para dormir, ante lo cual consultó a un psiquiatra y la dificultad se esfumó. Estuvo mucho tiempo con la vivencia encapsulada, detenida en su propio pensamiento. Sólo después de un año, cuando María tenía un año y cinco meses, el padre pudo compartir la vivencia con su esposa. Y sólo después de meses de iniciado el trabajo clínico con María, el padre pudo ubicar en el espacio transferencial aquel fragmento de la historia familiar que, encapsulado, detenido y sin tiempo, había quedado no dicho. Entonces, me preguntaba por la vivencia del día de María (su jugar en la plaza), la cual no lograba inscribirse para devenir sueño. Me preguntaba también por el in- cidente vivido por el padre, el cual no logró entrar de inmediato a su espacio familiar ni tampoco al espacio transferencial. Me preguntaba igualmente por el origen de la perturbación del dormir de María y por lo sucedido al padre a los cinco meses de su

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