Los Futuros Imaginados

l o s f u t u r o s i m a g i n a d o s 106 107 En el contexto local, la situación no ha sido muy distinta. Desde fines de los noventa la escena chilena se rinde a los cantos de sirena que pregonan su progresiva integración planetaria o internacionalización. Los actores culturales de ese entonces estaban confiados en que los programas de apoyo del gobierno y las iniciativas de industrializar el sector decantarían en un proceso efectivo de internacionalización: por primera vez entraríamos masivamente al mercado curatorial planetario y Chile haría su propio aporte a la construcción de los imaginarios críticos globales. Las instituciones educativas privadas y públicas no quedaron exentas de este afán por participar del proceso de mundialización. Paulatinamente hemos sido testigos de cómo han interiorizado y hecho propios los cá- nones estéticos y los estándares de calidad, profesionalismo y contenido que exige la academia global. Esta adopción de un paradigma que niega en muchos aspectos la realidad cultural del país o solo admite los con- tenidos que le son funcionales ha tenido como consecuencia la pérdida gradual de la autonomía crítica, con una repercusión en el arte como ámbito de quehacer educativo sometido a los paradigma tecnocrático y científico. A casi dos décadas de su implementación, el proyecto de internaciona- lización o globalización de las artes chilenas no ha generado buenos resultados. No solo porque un mínimo de artista en casi veinte años ha logrado permear con éxito los mercados globales, sino porque estos han tendido a privilegiar a creadores que tienen el capital cultural, económi- co y social que les permite emprender una carrera consistente en medios del primer mundo, contribuyendo, de este modo, a la exclusión de ima- ginarios pertenecientes a grupos medios y bajos. Por último, el mito de una globalización cultural ya nos ha mostrado su dimensión ficticia. No se trata tanto de que el intercambio simbólico no sea armónico, como no lo son los flujos financieros que lo sostienen. A estas alturas, nos damos cuenta de que la replicación del modelo de integración planetaria de los Chicago Boys en el campo artístico se ha constituido en el dispositivo idóneo para lograr la disolución de nuestra autonomía simbólica, con la consiguiente despolitización programada de nuestros diagramas cultu- rales; despolitización que las movilizaciones han tendido a revertir, con insospechados ecos que atestiguan de un malestar humano globalizado. c a p í t u l o 1 . l a h i s t o r i a e n e n t r e d i c h o No es el lugar para profundizar en estos temas, pero me parece que establecer en términos muy generales lo que ha implicado el proceso de neoliberalización de las artes chilenas es necesario para comprender por qué la escena local, de igual manera que el país, tocó fondo. Por ello, no es extraño que la institucionalidad artística y todos sus actores se manifiesten pasmados o atónitos frente a demandas que les exigen la transformación radical de sus modos de hacer, sus formas de hablar y de escribir, sus políticas de exposición, las jerarquías que determinan sus lógicas de consagración, sus relaciones con lo social y la revisión profunda del significado de su concepto. Sin embargo, el imperativo de cambiarlo todo no puede ser resuelto exclusivamente a través de la implementación atolondrada de duplas críticas como son las de “arte / política”, “arte / activismo”, “arte / mo- vilización”, “arte / democracia”, “arte / neoliberalismo”, etc. Sin invalidar estos automatismos propios del arte local, cuestiono la propensión a ver en la movilización la oportunidad de instalar itinerarios críticos que conviertan las demandas y el malestar de la ciudadanía en temas, pues esto implicaría definitivamente no leer la complejidad y el carácter in- édito de los acontecimientos sociales que mantienen al país sumido en la revuelta y la insurrección. Como lo planteo en la primera parte de este escrito, nuestra coyuntura actual desborda el marco de un cambio local. La crisis por la que esta- mos pasando trasciende el perfil abusivo y definitivamente inhumano del modelo neoliberal chileno. Si bien es evidente que se manifiesta a través de signos que comprometen en lo medular nuestros derechos a una vida digna, su magnitud es otra: la movilización llega a poner en cuestión los que somos y, en particular, el conjunto de saberes y poderes que han sostenido hasta ahora dicha ontología. La crisis, por ende, es vivida por todos como una demanda de alteración y mutación de los mo- dos de nuestro ser en el mundo. Por ello es difícil salir de este momen- to haciendo ajustes entre conceptos cuya potencia inventiva de mundo, para muchos teóricos, está hace rato agotada. Por ejemplo, el tiempo de la movilización es otro, es una temporalidad plana sin ser homogénea; en su agitada o convulsionada manera de ser, esta temporalidad no mira lo pasado como algo a superar ni al presente como mera contingencia; para ella, el futuro no está marcado por las ficciones de progreso ni crecimiento. El tiempo de la marcha y de lo // mauricio bravo e n t r e b a n d e r a s d e s a p a r e c i d a s y u n m u n d o p o r v e n i r

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