Desafíos emergentes de la modernización del Estado : reflexiones y casos de América Latina y Europa

Javier Fuenzalida | Pablo González ( Editores ) 18 En Francia, las reformas para modernizar el Estado se suceden, una tras otra, desde hace unos 40 años. Es como si el Estado —al que los franceses llaman afec- tuosamente “nuestro Estado”— no hubiera dejado de manifestar, alto y claro, la necesidad de reformarse ante una opinión pública subyugada por los efectos de la oratoria de los reformadores y escéptica en cuanto a sus promesas. Si el Estado se concibe como una entidad perenne, entonces, la única pregunta válida es la que dicta el sentido común: ¿Para qué sirve una reforma que es considerada un medio para no morir o evitar el declive? Una empresa puede extinguirse, un Estado, no. En el sec- tor privado, la bancarrota es un arma esgrimida a menudo para exhortar al cambio, pero los ciudadanos, al igual que los políticos, saben que la bancarrota es imposible para el Estado. Por lo tanto, la amenaza de su desaparición no es del todo creíble en países desarrollados. La extinción del Estado es más bien un arma de disuasión — simbolizada de algún modo en el arma nuclear durante la Guerra Fría— que permite establecer un equilibrio entre el Estado y el ciudadano. Una empresa no puede durar mucho si sus deudas equivalen a su volumen de negocio, pero un Estado sí puede vivir mucho tiempo con un endeudamiento colosal, como es el caso de Estados Uni- dos, donde existe un refugio en el privilegio exorbitante del dólar. Aunque parte de la literatura sobre gestión compara al Estado con una empresa, utilizando el descontento de una opinión pública cansada del despilfarro del pre- supuesto gubernamental, el Estado no se puede administrar como una empresa. Tampoco puede reformarse ágilmente, como pueden hacerlo las empresas acucia- das por la presión de clientes cada vez más exigentes, los que, de algún modo, las obligan a hacer frente a las transformaciones tecnológicas. En cuanto al discurso sobre la reforma, me parece que la perennidad del Estado es la clave que permite comprender por qué el discurso de la reforma del Estado se queda solo en el orden del discurso. Cabe precisar que este análisis se dirige a un viejo país como Francia, que digiere lentamente —y a su ritmo— la transformación de una Monarquía en una República. Esto no significa, por otra parte, que los dis- cursos sobre la reforma no precisen de un análisis más específico, ya sea desde una perspectiva lingüística o desde el punto de vista de las intenciones políticas. Pero el discurso sobre la reforma del Estado francés hay que entenderlo como lo que es, es decir, ante todo, un souci de soi (preocupación por uno mismo). En Francia, el Estado ha cuidado de sus propios intereses mediante este carácter reformista, al punto de institucionalizarlo: en 1995 se crea un Ministerio de la Reforma del Estado, la Descentralización y la Ciudadanía. Diez años después, esta entidad se convierte en una simple Dirección: la Dirección General de Modernización del

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