Presentación
Esta publicación, Niñez y Ciudadanía, es un esfuerzo del Diplomado de
postítulo, “Niñez y Políticas Públicas”, que imparte el Departamento de Antropología de la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Este curso se realiza desde hace 5
años, en alianza con la Asociación Chilena pro Naciones Unidas, ACHNU.
La niñez, como objeto de estudio, ha sido trabajada por la antropología clásica,
básicamente como un componente más de la vida social de sociedades diferentes a la cultura
occidental. Muchos antropólogos y antropólogas se deslumbraron, en las sociedades que
visitaron e investigaron, con las costumbres exóticas de las formas de crianza que practicaban
madres y padres; por las libertades sexuales y no traumáticas con que marcaban el paso de
la niñez (o, mejor dicho, de la pre-adultez) hacia la constitución en personas autónomas.
Algunas sociedades fueron estudiadas comparando las pautas de destete materno entre pueblos
cazadores recolectores y otros, como parte de una estructura de parentesco que determinaba
según su sexo, las futuras alianzas matrimoniales.
En fin, la niñez era vista por la disciplina como un objeto de socialización, sea por la
familia o por la cultura (la idea que forjó el concepto de personalidad social básica), donde
la etnografía como método de aproximación jugaba un rol central para describir los modos
de “endoculturizar” a las nuevas generaciones en los modos de hacer, ver y pensar por parte
de los adultos. Se tendía a la generalización de esas descripciones, escribiendo como si todos
los niños y niñas fueran sometidos a los mismos dispositivos de socialización, o se estimaba
que los ritos de pasaje de una condición de infante o niña/o a otra de adulto, implicaban
mecánicamente la recurrente mantención del orden social. La cultura se entendía como algo
homogéneo, estable y recursivo, que sólo podía cambiar por un contacto cultural que tomaba
la forma de invasión, intercambio o sumisión.
Este enfoque, útil para investigar, comparar y, a veces, especular con culturas diferentes,
se pensó siempre desde lo que estaba normalizado como niñez en la sociedad occidental. En
esto la antropología es algo hermana con la sociología, pues ambas disciplinas le han otorgado
a la niñez un rol secundario, más pasivo que activo, más carga que aporte, más desorden que
orden, en esa etapa entendida como previa al momento de ingresar a la vida en sociedad.
Era la mirada sobre un potencial caotizador de la vida social, el niño o niña, en tanto no
fuese disciplinado en los valores, normas, conductas y jerarquías establecidas en un orden
controlado por adultos que poseían la experiencia, la verdad y por ende la autoridad.
El retrato que se dibujó acerca de la sociedad indígena fue, en alguna medida, idílico. Sea
porque aún pensaban, desde los hoy obsoletos paradigmas, que los pueblos originarios estaban
más cerca de la naturaleza que de la civilización, o porque la contaminación occidental no
había aún permeado sus sencillos y prístinos valores. Esta imagen tampoco permitió ahondar
en el estudio sobre el lugar y jerarquía que tenían los niños en esas sociedades, pues para la
modernidad occidental, el valor de la niñez el valor de la niñez —en una creencia ahistórica—
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