Palabra Pública N° 24 2021 - Universidad de Chile

hunden en el basural audiovisual generado por los exce- sos del capitalismo de la información. —La precariedad contemporánea se caracteriza por normalizar lo descartable. Categorías como aceleración y exceso definen un mundo excedentario en información y datos pero también en ruido, donde se incentiva una pro- ducción rápida que por lo tanto es, en la mayoría de los ca- sos, un hacer “sin alma”, “sin sentido”, sin la posibilidad de profundizar en las cosas. Tiene que ver con el predominio de lógicas de valor que priman lo “acumulativo” frente a lo narrativo, que busca integrar la complejidad. Mientras más precarios los trabajos, mientras más inestables, más necesario es agradar, sonreír, ser simpáti- co. También hablas de la cultura de la culpa, muy enrai- zada en la cultura laboral de la autoexplotación. ¿Cuánto del trabajo contemporáneo se juega en los afectos? —Es un tema que me parece clave. En El entusiasmo esta es una de las ideas sobre las que se sostiene la re- flexión: que en un contexto de precariedad normalizada, donde la mayoría están formados y tienen expectativas, el sistema se vale de la instrumentalización de su entusias- mo para contratar a los que están dispuestos a dar más por menos e incluso a dar las gracias. Ser elegidos entre una multitud de desempleados y considerar que el trabajo precario o a veces ni siquiera pagado es el premio es una perversión absoluta pero real del sistema. Ocurre además en tanto el trabajador se convierte tam- bién en imagen y marca de sí mismo en las redes y sabe que el “parecer” será esencial como carta de presentación. El asunto de los afectos por el que me preguntas tendría mucho que ver con lo que en Frágiles denomino un sujeto “desapasionado” que se entrena en el agrado y el aparen- tar como manera de sobrevivir en un entorno hostil donde pesa más el parecer que el ser. Es un rasgo claro de la cultura feminizada por el patriarcado, donde “el agrado” ha sido entrenado y alentado en las mujeres como forma de docili- zación. Ahora pasa algo similar con los trabajadores. Has dicho que el trabajo intelectual debe ayudar a pensarnos en la complejidad de la época, pero que la velocidad y el exceso terminan por neutralizar ese pen- samiento crítico. ¿Qué consecuencias tiene vivir bajo esa contradicción? —Vivimos un tiempo que menosprecia el trabajo re- flexivo. El trabajo cultural y humanístico es denostado como trabajo prescindible y menos productivo. Alentar que no necesitamos pensamiento es sucumbir a la idea de un mundo complaciente y domesticado. El trabajo cultural e intelectual no es más o menos útil, es necesario , imprescin- dible diría. De él esperamos que logre perturbar y zarandear conciencias, que despliegue sus argumentos críticos frente a formas de poder y opresión simbólica que se normali- zan. Pero ocurre que contextos como los universitarios o culturales están también afectados por la mercantilización del conocimiento y la burocratización o apagamiento pre- cario de muchos de sus trabajadores. Quienes trabajamos en estos contextos y tenemos los privilegios de ser vistos y leídos tenemos que alertar de esta situación y pensar solida- riamente en maneras de empatizar y crear lazos, de generar resistencia a la mercantilización del saber. Esto no puede ser una sentencia, hay posibilidad de intervención. Cierto que esto nos hace vivir con cons- tantes contradicciones, pero pienso que cuando somos conscientes de ellas, pueden operar como base y estímu- lo de nuestro pensamiento. De hecho, lo que advertimos como contradicciones en muchos casos no es más que la capa visible de la complejidad. El vendedor de pájaros" (2017), de Bruna Truffa Gentileza de la autora 24

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