Palabra Pública N° 24 2021 - Universidad de Chile

Los más ordenaditos. Fascismo y juventud en la dictadura de Pinochet. Hueders, 2020 Lo que logró cuajar en el triunfo de Gabriel Boric fue “una comunión intergeneracional”, afirma el juvenólogo y escritor, que lleva dos décadas estudiando las identidades juveniles en Chile. Su tesis es que, a diferencia de 1968, los jóvenes detrás de este proyecto político lograron conectarse con las experiencias de otras generaciones, un fenómeno que empezó en 2011. Por eso afirma que “solo es nuevo lo que se ha olvidado”, y lo dice también pensando en las expresiones de la actual extrema derecha chilena, cuyo gusto por el desparpajo sería una “performance cosmética” para despertar más la fe que la racionalidad, una estrategia propia del viejo fascismo. POR EVELYN ERLIJ Y FRANCISCO FIGUEROA N o es raro que Yanko González (1971), antropólogo y uno de los poetas chilenos fundamentales de las últimas décadas, haya dedicado buena parte de su vida académica a estudiar la juventud, quizás una de las metáforas más poderosas que moldea una sociedad y su cultura. Tras más de 20 años estudiando las identidades juveniles en Chile en el siglo XX, el exdecano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Austral y actual director de Ediciones UACh se enfocó en los 70, investigación que dio origen a Los más ordenaditos. Fascismo y juventud en la dictadura de Pinochet (Hueders), uno de los libros más aplaudidos de 2021 —ganador del Premio Mejores Obras Literarias en la categoría Escrituras de la memoria— y en el que, aferrado a los descubrimientos históricos que hizo, decidió retomar un concepto espinoso para hablar de esos tiempos: el fascismo. “Detrás del libro hay un intento de leer la identidad política de los primeros diez años de la dictadura de una manera más compleja, y si bien no es estrictamente fascismo, mi tesis es que se vive un proceso de fascistización —explica hoy González, doctor en Antropología y autor, entre otros libros de poesía, de Metales pesados (1998)—. Por una deformación antropológica, pero también literaria, me interesa lo que hay más allá de la literalidad. Y si se miran las metáforas que el régimen usó, hay una propia del fascismo categórico de entreguerras, que es la palingenesia o los discursos de regeneración, los que se cristalizan en las políticas de juventud. Lo que plantea el libro, con cierta modestia, es que a través de organismos como el Frente Juvenil de Unidad Nacional se montó una religión política”. Abres con una cita de Hemingway que dice hay muchos fascistas que no saben que lo son, “aunque lo descubrirán cuando llegue el momento”. ¿Por qué la eliges? —Creo que existe un núcleo genérico que, más allá de sus permutaciones, podemos dis- tinguir como fascismo. Cuando aparecieron otros regímenes que tenían características propias pero contenían un núcleo fascista, varios autores fueron ampliando las herramientas concep- tuales para poder leerlos en clave fascista. La cita de Hemingway me hacía sentido en la medi- da en que debemos estar atentos a detectar el fascismo donde aparezca. El fascismo siempre ha conseguido que se le relativice y naturalice, y eso impide que se detecte y evite este caballo de Troya antidemocrático, que juega en la oferta democrática de las ideas y se entromete ahí para erosionar el sistema. Y el problema es que eso mueve los límites de lo aceptable. Como He- mingway, soy de los que cree en una educación formal antifascista, que sea capaz de hacer estas distinciones finas y fundadas para desactivar la naturalización estratégica que tiene el fascismo. Mencionas que se deja de usar el término “fascismo” en los años 80 en el caso chileno, pero tú lo rehabilitas. —Lo recupero porque no dan las herramientas para decodificar las dictaduras más allá 14

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