Palabra Pública N°23 2021 - Universidad de Chile

Cuenta la historia que Chile alguna vez produjo sus propias vacunas. Que figuras como José Miguel Carrera y José Manuel Balmaceda estuvieron involucrados en promover tanto campañas para inocular a la población como una institucionalidad vacunal, la que se abandonó tras la dictadura. Sin embargo, después de 20 años, esta historia contará con un nuevo capítulo, esta vez protagonizado por la Universidad de Chile y su nuevo Centro de Biotecnología y Producción de Vacunas. POR SOFÍA BRINCK orría noviembre de 1878 cuando un telegrama viajaba de forma urgente desde San Felipe a Santiago. “La vi- ruela cunde. Principia a desarrollarse fuera de Salamanca. La vacuna que se tiene es malísima, no produce efecto. Pido a la sociedad respectiva buen fluido”. La situación era deli- cada y las preocupaciones del señor Tomás Echeverría, remitente de la misiva, tenían sustento. Con una al- tísima tasa de contagio y mortalidad, la viruela era uno de los principales problemas de salud pública de la época. Controlar los brotes era una tarea gigantesca, y tal como lo evi- dencia el telegrama, contar con una vacuna no era suficiente. Para ese entonces, las vacunas eran conocidas en Chile y en la re- gión, precisamente debido a la virue- la. La primera vacuna de Sudamérica, extraída de vacas que sufrían viruela animal y transportada en personas inyectadas con el suero, había llega- do por barco a Montevideo en 1805 y de ahí fue distribuida a Argentina, Chile y Perú. Tres años más tarde, se fundaba en Chile la Junta Central de la Vacuna, en Santiago, encargada de coordinar las juntas departamentales que ofrecían un servicio gratuito de inoculación. El tema era de tal im- portancia que entró en la agenda de gobierno de José Miguel Carrera, quien lideró una de las campañas de inmunización en el período de la Pa- tria Vieja, en 1812. Sin embargo, el proceso fue difícil. Gran parte de la población rechazaba las vacunas, ya que se creía que causaban viruela en personas sanas en lugar de prevenirla. La Junta fue modificada varias ve- ces en décadas posteriores, procesos en los que estuvieron involucrados Diego Portales, en 1830, y Domingo Santa María, en 1883. Cuatro años después, en el gobierno de José Manuel Balma- ceda, Chile inauguraba el Instituto de Vacuna Animal Julio Besnard (IVA- JB), que tuvo como primera misión producir la vacuna antirrábica para uso animal y el suero antivariólico. En 1892, el instituto pasó a lla- marse Instituto de Higiene, deno- minación que sería reemplazada en 1929 por Instituto Bacteriológico. Su nombre final llegaría 50 años después: Instituto de Salud Pública (ISP), or- ganismo que fabricó vacunas hasta el año 2002 y que perdura hasta hoy. De acuerdo con la investigación “Fabrica- ción de vacunas en Chile, una historia de producción local poco (re)conoci- da”, de Cecilia Ibarra y Mirtha Parada, durante todos esos años Chile produjo 10 tipos de sueros y 29 vacunas, entre las que se contaban la antirrábica, la antigripal y otras contra la peste bubó- nica, el tifus, la tuberculosis, la difteria y el tétano, por nombrar algunas. Dos de ellas, las vacunas Fuenzalida-Pala- cios antirrábica animal (1954) y hu- mana (1959), incluso fueron creadas por los científicos chilenos del Institu- to Bacteriológico. Para Cecilia Ibarra, una de las coautoras del estudio e investigadora del Centro de Ciencias del Clima y la Resiliencia (CR)2 de la Universidad de Chile, la producción nacional de vacunas fue parte de una política de Estado que incentivó el intercambio internacional de conocimientos en ciencia y tecnología, estimuló la for- mación de científicos e incluso fue es- pecialmente importante en contextos de emergencias naturales. “Chile ha tenido experiencias de desastres como terremotos y aluviones, donde contar con un stock por razones de seguridad ha salvado vidas”, recuerda Ibarra. “El stock de sueros se usó completo tras el terremoto de 1939, debiendo recurrir a la ayuda de Argentina, que envió suero antigangrenoso. Esto fue repuesto con una devolución en suero antidiftérico producido por el Insti- tuto Bacteriológico”. La larga historia de avances tecno- lógicos y médicos en vacunas llegaría a su fin con el retorno a la democra- cia. A partir de 1970, se dejaron de introducir nuevas vacunas al stock 45

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