Palabra Pública N°23 2021 - Universidad de Chile

mienta política del capital para explotar y confiscar la vitalidad social y determinar el tiempo futuro”. Hablamos largo de la vida en casa, del teletrabajo, de los huertos urbanos, los gestos de humanidad, las luchas, el racismo y los enclaves patriarcales que, como la deuda, determinan la existencia y aceleran la máquina, expulsando cuerpos, amenazando las vidas. Ella es parte de una trenza larga de mujeres que durante el siglo XX y mucho antes, desde las trincheras de la furia y el cariño, hoy salen a la calle nuevamente. Este es parte del diálogo que entablamos para Palabra Pública . En Chile el tiempo ha estado extraño, porque con la crisis climática no ha llovido nada. En la montaña no hay nieve y eso va a acelerar aún más la sequía ya agravada por la concentración de la propiedad del agua. —Es una locura. Es lo que está pasando aquí también. Se han quemado kilómetros y kilómetros durante semanas. No hay lluvia, se está desertificando todo y por eso hay tanto incendio. La monocultura, que usa muchísima agua, está secando los ríos. Es catastrófico. Se habla mucho de planes verdes, de la gasolina verde, pero en realidad no se hace nada. Es una cosa tremenda. Lo que vivimos es una destrucción ecosocial, que implica cambios de vida brutales. Has hablado e inves- tigado mucho sobre los bienes comunes y lo que sig- nifica pensarse en común, más allá de lo público. Esos espacios de lo común van quedando como un lugar de resistencia en medio del capitalismo destructivo. —Hay mucha gente para la cual sobrevivir es luchar, y creo que estos son los lugares y las luchas más importantes en todo el mundo. Hay gente que no se hace la pregunta de si puedo resistir o no, porque resistir es su única verdad. Es la situación de la mayoría; solo el uno por ciento de las personas puede sentirse segura por el futuro. En Reencantar el mundo… la política de los comu- nes es la clave del giro cultural. En Chile, esa disputa está presente en nuestro proceso constituyente, y está en la propia izquierda, dividida entre los desarrollistas aceleracionistas y quienes estamos por el lado de los comunes, en esa interseccionalidad antirracista, antipa- triarcal y antineoliberal. ¿Cómo lo ves tú? —Veo que desarrollo es violencia y ahí podemos ha- blar de 500 años de evidencias, de expulsión, privatización de tierras, destrucción de comunidades. Hoy, “desarrollo” significa expulsar a personas u obligarlas a estar en sus tierras, pero como trabajadores dependientes, no como gente que puede disfrutar de la riqueza natural. El plan es poner todo en cuestión de dependencia: que podamos ser despedidos cuando ellos quieran, que nos den el sa- lario más bajo, y también concentrarnos en las ciudades donde nos puedan controlar. Por ejemplo, no podemos controlar lo que comemos porque ellos controlan la agri- cultura. No es paranoia, es lo que vemos. Está pasando en todo el mundo y también están las guerras. Esa situación de guerra infinita y permanente es parte de la condición material del desarrollo. Desarrollo significa prácticamente transformar todos los bienes naturales en bienes comer- ciales. El mundo se está transformando en un gran campo de refugiados; no hay vida, no hay futuro, no hay alegría, no hay nada. Es la historia de las últimas décadas: Soma- lía, Yemen, Afganistán, Irak, Siria. La guerra y el terroris- mo permiten bombardear, destruir, y expulsar millones y millones de personas que tenían el derecho de vivir en sus países desde tiempos ancestrales pero que son despla- zados por compañías. Esto también involucra a los planes de desarrollo verde. Por eso, pensar el desarrollo en los términos en que se ponen hoy es realmente suicida en la izquierda. Es la visión de un marxismo ortodoxo, ciego, que piensa que el desarrollo es todo. No, toda la historia del desarrollo es una historia de conquista, de racismo, de divisiones. Lo repito miles de veces: la acumulación capitalista es acumulación de jerarquías, de desigualda- des, de riqueza privada. Su éxito ha sido la capacidad de hacer que proletarios maten a proletarios, que hombres controlen y exploten a las mujeres, que blancos controlen y exploten a los racializados. Eso es desarrollo. No sé qué pasa por la mente de esta gente: hay una izquierda que tiene una concepción capitalista del mundo. En América se ha dado una relectura de la izquier- da desde los pueblos originarios, quienes han puesto sobre la mesa la filosofía del buen vivir —con sus di- versas definiciones—, que también es una forma de resistir. Por ejemplo, en Bolivia hay un lema desde el nuevo gobierno que dice “sin Marx, sin Cristo, pero sí con el mundo aymara”, es decir, retomemos la filoso- fía aymara y no esperemos que ni Marx ni Cristo nos salven. En Chile se puja por un Estado plurinacional donde se reconozca a todas las naciones que viven en el país. ¿Qué fuerza puedes ver ahí? —Creo que hay una gran fuerza. Es un lugar común reconocer que hubo, a partir de los zapatistas, una indige- nización de la política que ha sido muy positiva, y eso no significa idealizar a los pueblos indígenas o, por ejemplo, desconocer que hay formas patriarcales en ellos. Son sobre todo pueblos indígenas los que se han levantado para de- fender los regímenes comunitarios y los bienes naturales. Sé también que hay una parte del movimiento indigenista, y esto lo ha dicho mucho Silvia Rivera Cusicanqui, que apoya el desarrollo, que ha sido cooptado, así que los pue- blos indígenas están divididos también. Pero pensando en general, son ellos los que han defendido más un concepto 26

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