Palabra Pública N°23 2021 - Universidad de Chile

sos frentes de lucha. Mi sensación de sospecha se anclaba más en los acontecimientos previos a los resultados de las elecciones: antes del mapudungun irrumpiendo torren- cialmente y antes del afafan colectivo contagiando a todes. Mi sospecha no era petrificante, no estaba pasmada ante lo inexplicable, sino ante sucesos concretos que me siguen generando contradicciones. Sobre todo, eso de tener que transar porque se está en el campo de “la política”. Y enton- ces mis temores se arraigan en comenzar un proceso cons- tituyente con desigualdades, perjudicando una posibilidad única: no resolver la situación de lxs presxs políticxs de la revuelta y la tremenda zancadilla parlamentaria a la partici- pación del pueblo afrochileno entre los escaños reservados. Ya sé, en este proceso no todo es como deseamos. Ni siquiera lo es en las acciones micropolíticas o en el trabajo colectivo. Pero no se me olvidan estos sucesos fundamen- tales, porque creo que para imaginar un porvenir común y tramar una heterogeneidad política que se piensa pluri- nacional, estos asuntos son pisos mínimos. Recordemos lo enmarañado del proceso previo, el poco tiempo para las campañas, el despilfarro de las candidaturas “empre- sariales”, la desinformación intencionada del gobierno y la vergonzosa repartición de minutos para aparecer en la televisión pública. No seguiré con esta lista, solo presen- to los antecedentes de la sospecha. Tengo claro que los proyectos políticos no son inmediatos, más aún cuando hemos crecido junto a los fantasmas neoliberales con su propia Constitución. Y acá doy el paso siguiente, porque hasta el momento he hilado aristas previas, el panorama de la desazón como antecedente. ¿Qué cambió después? Bueno, la inesperada participación popular de zonas que no solían participar de procesos electorales, la arremetida de independientes (espe- cialmente de movimientos sociales y organizaciones terri- toriales) y el arribo de pu lamngen que han experimentado el hostigamiento racista del Estado colonial, así como voces fundamentales del presente indígena. Pero, sobre todo, la demostración de que no somos una minoría, sino todo lo contrario: somos comunidades plurales y movilizadas. Todo esto no me quita la desazón inicial, mantengo los reparos ya mencionados. Pero aquella heterogeneidad en movimiento, ese temblor popular ha tendido puentes que hasta ahora parecían imposibles de figurar bajo el mandato de una república forjada a punta de despojos y opresiones. Pues no solo se trataba de constatar la deslegitimación his- tórica del Estado, sino de su aparataje de representaciones impuestas violentamente a lo largo de siglos. Cargamos con muchas heridas en este pedazo de tierra. Entonces, ¿cómo no sentirse tocada por las imágenes, las lenguas, las propuestas de trastocar el mundo añejo que heredamos? Y no lo digo solo por la creación de ese artefacto esperado como una letra transgresora o una es- critura nueva, sino por todos los pliegues que se cuelan en su camino: la algarabía de la discusión colectiva, la imaginación venidera y su proceso vertiginoso. Porque no será fácil. Pienso en el legítimo disenso de quienes no se sienten convocades porque apuestan por formas de vida fuera del Estado. Pero sobre todo en aquellos que harán lo imposible para enturbiar el proceso constituyente me- diante posiciones que ya hemos atestiguado durante estas últimas semanas, con oleadas racistas de una minoría que patalea, moribunda en un rincón. Hoy el proceso constituyente nos ha traído represen- taciones más similares a nuestras experiencias. En este sentido, no puedo dejar de preguntarme: ¿qué hubiese sido de las niñas mapuche que fuimos si hubiésemos te- nido la posibilidad de escuchar el discurso de la lamngen Elisa Loncon en nuestras infancias? Y, ante todo: ¿cómo será el mañana de la niñez mapuche y no mapuche escu- chando cómo brota nuestra lengua viva? La letra no lo cambiará todo. Hay países que mantie- nen escrituras colectivas con las palabras “pueblo”, “plu- rinacionalidad” o “buen vivir” y, en la praxis, ello no ha garantizado una estructura social más justa. Por eso debe- mos seguir allí, atentas a lo que vendrá, atentas a lo que se tenga que defender. Por eso este tejido va más allá de la propia Constitución. Se relaciona con lo que se comienza a quebrar, con lo que se transforma simbólicamente cuando se brinda al menos una posibilidad de imaginar un porve- nir diferente. Además, significa algo fundamental: abortar una letra muerta y una lengua pura. Se nos vuelve urgente emanciparnos de la escritura y la razón dictatorial, evadir el espectro neoliberal que nos devora. Espero que la letra y la lengua futura, impuras, puedan dar testimonio del temblor incansable de nuestros deseos comunes. DANIELA CATRILEO Escritora, profesora de Filosofía. Integrante del Colectivo Mapuche Rangiñtulewfü y del equipo editorial de Yene Revista. Ha publicado los libros Río herido (2016), Guerra florida (2018), y Piñen (2020), entre otros. “No puedo dejar de preguntarme: ¿qué hubiese sido de las niñas mapuche que fuimos si hubiésemos tenido la posibilidad de escuchar el discurso de la lamngen Elisa Loncon en nuestras infancias? Y, ante todo: ¿cómo será el mañana de la niñez mapuche y no mapuche escuchando cómo brota nuestra lengua viva?”. —Daniela Catrileo 9

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=