Palabra Pública N°23 2021 - Universidad de Chile

fundado en la avidez y en la concentración de riqueza, se ha dotado de una poderosa racio- nalidad económica que lo sustenta y lo sostie- ne. Y eso atraviesa (y controla) cada uno de los dilemas, géneros, territorios, identidades, recursos básicos. Resulta oportuno referirse aquí a las creaciones estéticas y su lugar en la escritu- ra constitucional. Desde luego, las produc- ciones artísticas no son constitucionaliza- bles, y no lo son porque parte importante pertenece al campo de lo intempestivo, de la disrupción y de la irrupción. Así, no es posible poner sobre ellas normativas, pues atraviesan tiempos y fronteras. Muchas de las prácticas artísticas trabajan fundamen- talmente con un deseo que, en general, está “fuera de control”. O como lo señalan Gilles Deleuze y Félix Guattari, emanan de la crea- tividad, que puede ser entendida como una “máquina deseante” que une lo subjetivo y lo real. La creatividad artística es productiva porque se funda precisamente en un deseo que es producción, un deseo que es poética. En ese sentido, situar la producción estética en la Constitución implicaría una forma de control apaciguadora del deseo. Entonces pienso que más allá de estable- cer la creatividad como un derecho y favore- cer iniciativas que apunten en esa dirección, será el conjunto de la tarea constitucional el que posibilitaría un territorio más favorable para las producciones estéticas. Todas cues- tiones culturales como paridad, comunida- des, geografías, diversidad y libertades (cada una como territorios por ganar, horizontes por construir, nunca inmediatos) podrían contribuir a favorecer, reconocer, difundir los campos creativos. Desde luego, en el marco constitucional hay que poner en marcha instrumentos buro- cráticos que apunten a financiamientos. Pero el punto estratégico para la producción artís- tica es cómo generar espacios que integren la burocracia pero que, a la vez, la atraviesen y hasta rehúyan las normativas más monótonas, para evitar así que se desencadenen mecánicas de disciplinamiento sobre los campos estéticos. N o voy a mentir: no sigo la discu- sión de la Convención Cons- titucional como si fuese un reality show. No lo digo en el sentido es- pectacular de la imagen televisada, sino por su articulación discursiva inagotable. Seme hace difícil seguir- le sus rápidas huellas, especialmente en el presente de crisis que todavía inten- tamos habitar, una vida pandémica, con su peor versión del concepto de hibridez hecho carne. No estoy pendiente de la totalidad de su funcionamiento institucional, más allá de lo que resuena en las noticias, en ciertas columnas de opinión o en las declaraciones de constituyentes en la esfera pública. Porque hay que decirlo: la discusión de la Convención ha permeado mayorías, en el sentido de estar presente en la cotidianeidad de la sociedad movilizada. Su potencia oral se ha viralizado ineludiblemente, como rumor, anécdota o comentario al paso. Podríamos afirmar que no ha sido una discusión política aislada como tantas otras, pues ha encon- trado resonancias y oleajes fuera del centro santiaguino y fuera de las élites acomodadas de siempre. Explicito mi relación actual con la Convención porque sé que hay quienes se han esmerado en seguir los debates con rigurosidad, mientras que yo apenas me he colado por una tangente que más parece un patio enmalezado. No obstante eso, entre el enredo de malezas hay cuestiones que me son significativas, y para sincerarme por completo debo también decir que en un inicio tampoco tenía mucha espe- ranza en el proceso. Hasta antes de saber los resultados de las elecciones de quienes serían finalmente constituyentes, no me quería involucrar demasiado, lo que a su vez se tra- duce en un no me quería ilusionar . Quizás porque estába- mos acostumbradas a las derrotas sucesivas y porque me invadía cierta desazón respecto al trayecto institucional que comenzaba. En su reverso, se me aparecía todo lo que nos ofrendó la revuelta, con sus distintos brazos, ríos, colores. Toda la experiencia en su complejidad. No es que haya apostado por la marginación del pro- ceso político. Al contrario, fui parte de algunas actividades y apoyé candidaturas que me parecían importantes, espe- cialmente las de mujeres mapuche que han estado en diver- DIAMELA ELTIT Escritora y ensayista. Distinguished Global Professor de la Universidad de Nueva York. Obtuvo, entre otras distinciones, el Premio Iberoamericano de Narrativa José Donoso (2010), el Premio Nacional de Literatura (2018) y el FIL de Literatura en Lenguas Romances (2021). Ha publicado novelas como Lumpérica (1983), Por la patria (1986), Mano de obra (2002) y Fuerzas especiales (2013). POR DANIELA CATRILEO Nuestros deseos comunes 8

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=