Palabra Pública N°22 2021 - Universidad de Chile

53 Hemos sabido que la élite limeña está asustada, que muchos están retirando su dinero de los bancos y que eso está empezando a tener un impacto sobre la economía. ¿Cuáles son las raíces históricas del temor de esa parte del país? —Pues yo creo que es un terror sumamente orgánico, es un terror que a las élites les llega hasta la médula espinal. Ese terror, en estas elecciones, se graficaba en la posibilidad de que Perú se convirtiera en Venezuela, ese era el discurso e incluso había paneles gigantescos en la calle, de esos paneles que se usan para publicitar Coca-Cola, pero que anunciaban que el pollo iba a subir seis veces. Eso está fuera de toda lógica, o sea, analistas de todos los sectores han explicado que Perú no se va a encaminar a lo que es Venezuela por diferentes razones: Castillo no es Chávez, no tiene el poder militar; Perú no tiene esa bonanza vinculada al petróleo, tampoco tiene control del Parlamento. Pero el terror estaba instalado allí. Históricamente, esto está asociado a terrores parecidos, como cuando a fines del siglo XVIII Túpac Amaru II le declaró la guerra al rey e hizo una revolución. Eso generó terror en ese sector que controlaba el virreinato. Era un terror a la reversión y por eso a Túpac Amaru II lo castigaron en una plaza pública, descuartizándolo de una manera terrorífica, fue una cuestión aleccionadora. Después de eso, tanto el virreinato como la república marginaron y aislaron a los pueblos indígenas, sobre todo a los quechua, para reducir su posibilidad política. Si uno revisa la literatura y los discursos políticos durante la república, hay un discurso contenido de control hacia el indígena. El indígena tiene que estar en el campo, en los Andes. Cuando el indígena quiere hacer política, se trata de evitar. Recientemente escribiste una columna en el Washington Post y en ella señalaste que “en el Perú normalizamos el racismo antindígena al mismo tiempo que evadimos toda posibilidad de aceptarlo como lo que es: nuestra institución más fuerte y duradera, aquella que toca y estructura todas las dimensiones de la vida social, incluida la política”. ¿Cómo se manifestó ese racismo en las elecciones presidenciales? —En el Perú hemos estado desde hace bastantes años hablando sobre el racismo y siempre ha habido denuncias de insultos, exabruptos que uno ve en las calles. Pero lo que hemos visto en esta campaña política ha sido una exposición sin ningún tipo de control de racismo a nivel verbal. Cuando Castillo fue a una clínica durante la campaña, porque se descompensó, el exministro Carlos Bruce, que ahora está trabajando con Fujimori, dijo: “esperamos que se recupere muy pronto, seguramente lo que le hizo daño fue que, al llegar a Lima, se expuso al abundante oxígeno que hay en la costa, porque en la sierra hay poco oxígeno”. Eso da la idea de que la gente en los Andes no piensa bien porque el oxígeno no le llega al cerebro, pero además aparece esta idea que te comentaba antes, de que el indio no puede llegar a la capital a hacer política, y entonces hay que controlarlo mediante todos estos mecanismos verbales. Lo que vino después de eso en redes sociales fue espantoso, se hablaba del indio ignorante, serrano. Por ejemplo, hay una denuncia ahora contra un grupo de hombres que en WhatsApp estuvo discutiendo en estos términos: “yo, lo que voy a hacer es ir a Ayacucho (la zona de los Andes que votó mayoritariamente por Castillo), voy a ir a escupir en sus calles y a violar a esas mujeres”. Esa es una violencia que vivimos. El acto de violar a las mujeres de ese sector ocurrió en los años 80 y 90 durante el conflicto interno entre Sendero Luminoso y el Estado. Una de las principales víctimas de esos hechos de violencia fueron los hombres y mujeres quechua, y una de las violencias que se ejerció contra las mujeres fue esa. ¿De qué otras formas se manifiesta el racismo en la sociedad peruana? —Pues mira, en las familias existen todas estas ideas, mecanismos de “mejora de la raza”, de blanqueamiento.

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