Palabra Pública N°21 2021 - Universidad de Chile

LO QUE NO CAMBIA H ay mucho instinto en el hábito y mucho hábi- to en el instinto. Somos solo animales o no tan solo animales. De algo así habla la extraordina- ria nueva novela de Cristian Geisse, Sapolsky , que indaga en los principales problemas huma- nos mediante el comportamiento de los simios. Lo men- ciono porque esta novela trata de la oscura cárcel de los atavismos. Y cuando pienso en atavismo, vienen a mi ca- beza los años del Instituto Nacional; el mismo que ahora se hincha con el eco de su rotunda vejez, en la calle Arturo Prat número 33, y ha dejado de ser, por fin, un colegio exclusivamente de hombres. Vengo de una gris generación de personas que vivió su niñez entre lo que debió y pudo y lo que puede y deberá ser; en ese momento y antes incluso muchos quisieron que fuera mixto, aunque algunos apoderados e inspecto- res hablaran de que el Instituto se transformaría en una maternidad, en un caos. Algunos logramos la mezcla, pero siempre fuera del li- ceo. Y aunque no estuviéramos todo el día metidos ahí, en- tre 1995 y el 2000 toda mi vida giró en torno a ese edificio. Nos juntábamos a leer, conversar, escuchar música o a pasar el rato en esos largos pasillos que al principio nos parecie- ron de terror, luego nos aburrieron y, al menos para mí, ter- minaron siendo parte de la tibia materia del inconsciente. Labor omnia vincit , el trabajo todo lo vence, es el lema del Instituto Nacional. Pero el trabajo no puede vencerlo todo. No vence el odio a los pobres, a los mapuche, a les LGBTIQ+, a los mediocres, a los normales. Porque ser un institutano no era ser normal, éramos una élite que debía guiar al país. Una élite sin mujeres. El institutano tenía que ser macho, líder, valiente, bueno para los combos. Por suerte, la mayoría no lo fuimos. Con la llegada de niñas, todo será distinto. Para hacer su propio Instituto, tendrán que destruir el que vivimos nosotros. Queríamos que la educación fuera un derecho, entre otras tantas garantías inalienables. Marchamos, desde lue- go, pero nunca se nos pasó por la cabeza que pudiese ser gratuita. Evidente, era lo justo, pero este país recién estaba saliendo del hoyo y quizás por cuánto tiempo no sería posible. Queríamos mezclarnos para entender qué cosa había pasado con las compañeritas con las que jugábamos en la básica. Por qué hacían otras cosas, se vestían distin- to y pensaban de manera tan diferente. De haber podido imaginar una realidad distinta, hubiésemos protestado desde el día uno por esto. Pero no fue así. Si el gran objetivo de los liceos es que la mayor can- tidad de alumnos entre a la universidad, ni lo creativo ni lo colectivo tienen espacio en esta búsqueda, la que, por cierto, está cifrada en la violencia y el control, formas y mecanismos obsoletos que hablan de una sociedad estra- tificada y sin diálogo que ha comenzado a desmoronarse. Pero quedaban política y poesía. Eran los muchachos que viajaban por toda la ciudad para aprender, para conocer a otros chiquillos, para jugar, para pelusear. Éramos una manada de simios, ciertamente, iguales al resto, salvo en la voluntad de ser distintos, sin saber muy bien por qué. Lo bueno es que todo cambia, y luego de unos años dejamos de refugiarnos en la tristeza y los atardeceres, para concen- trarnos en la fraternidad y las mañanas. POR JUAN MANUEL SILVA SE DETIENE Y MUERE Fabián Rivas 46

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