Palabra Pública N°21 2021 - Universidad de Chile

académica”, acusó en un texto la ensayista, que denunció el desinterés de las autoridades ante la gran cantidad quejas de estudiantes que reclamaban desde comentarios sexuales hechos en clase, hasta casos de embarazo en que los profesores ofrecían dinero a cambio de acuerdos de confidencialidad. Esta experiencia fue la que llevó a Ahmed a escribir Complaint! , libro en el que, además de recoger testimonios de académicos y estudiantes que han denunciado acosos, teoriza en torno a la queja como una suerte de chispa capaz de encender a largo plazo —y en distintos grados— un proceso de cambios culturales o políticos. Algo así como lo que pasó con el estallido chileno de 2019: el malestar social encendió la mecha de lo que en el futuro se convertirá en la nueva Constitución. ¿Cuáles son los riesgos de quedarse solo en la queja? ¿Se puede articular un proyecto político o de cambio social basado en la queja? Pienso en OccupyWall Street o la Prima- vera Árabe, dos revueltas que se desvanecieron. —No siempre sabemos lo que las quejas logran. Pero incluso si no se logra nada, no significa que no se haya llegado a alguna parte. Pienso, por ejemplo, en las protestas de Black Lives Matter en respuesta al asesinato de George Floyd, en 2020. Pienso en cómo ese mismo año se tomaron decisiones para retirar estatuas o cambiar el nombre de los edificios con relativa rapidez tras años de resis- tencia a las protestas y demandas lideradas por los estudiantes. Es importante pensar en estas luchas anteriores, que parecían quizás no haber llegado a ninguna parte, como la condición que permitió lo que ocurrió después. Creo que esto es esperanzador. Lo que ha- cemos cada vez que nos quejamos, protestamos o denunciamos es allanar el camino, es mostrar lo que es posible. Muchos de los temas que investigas, como los afectos y el fe- minismo, tienen que ver con cómo construir la vida en comu- nidad. En Chile, después de meses de protestas y descontento social, se escribirá una nueva Constitución. ¿Cómo se puede or- ganizar una Constitución, una sociedad, de forma feminista? —Es una pregunta muy buena: cómo traducir la energía y la vo- luntad de la organización feminista en un cuerpo político sin reducir o negar esa energía y esa voluntad. Siempre es difícil imaginar la “institu- cionalización” de algo sin que pierda su radical potencial. Creo que la mejor manera de proceder es estar siempre consciente de la posibilidad de ser cooptado: ninguno de nosotros es inmune o está fuera de lo político o lo institucional. ¿Quién puede formar parte del nuevo cuerpo? ¿Quién no? ¿Quién puede decir qué es una forma feminista? La cuestión de adecuar una Constitución al feminismo siempre tendrá que plantearse mientras el feminismo se dedique a pedir algo que todavía no existe. Cualquier documento o Constitución tiene que mantenerse “vivo”, porque no puede dar cabida a todas las aspiraciones feministas. ¿Crees que el descontento del feminismo puede ser contagioso, en el sentido de inci- tar a “dar volumen” a otras voces marginadas? —Creo que el feminismo es tratado a menudo como algo contagioso, como algo que puede extenderse e infectar la mente de los demás. Una estudiante que participó en una queja colectiva por acoso sexual en su universidad me dijo que las llamaban “manzanas podridas”, como si por el hecho de quejarse fueran a hacer que se pudriera todo el barril. Gran parte del antifeminismo consiste en tratar de impedir que el feminismo se extienda. Por muy creativas que seamos, se nos considerará destructivas. Ahí es cuando aparece la feminista aguafiestas: si piensan que quejarse del acoso sexual es hacer que se pudra el barril, ¡estamos muy dispues- tas a que se pudra! Si piensan que rechazar la violencia de género es dañar las instituciones, ¡estamos muy dispuestas a dañarlas! El trabajo político feminista no es necesariamente “dar volumen” a otras voces, sino encontrar formas de subir el volumen. Sonamos más fuerte cuando hablamos juntas. Somos más ruidosas. Foto: Felipe PoGa 14

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