Palabra Pública N°20 2021 - Universidad de Chile

no es un país de mercenarios. Lo que sucedió ayer fue todo lo contrario. Viví miedo y alegría, viví solidaridad, viví ayuda mutua concreta, vi a gente conversando normal en medio de todo. Esos son valores revolucionarios. Cuando salieron los que estaban en la reunión, y se dijeron palabras que nunca se habían dicho así en público, en un recinto público, vi respeto y vi esperanza. Esa esperanza es sobre Cuba, sobre el mejor futuro del que somos capaces. El futuro que nos merecemos. El que quiera pensar que es sólo sobre San Isidro, puede hacerlo, pero se equivoca. El que sienta que debe defender “la revolución” contra lo que sucedió ayer, que lo haga, pero también se equivoca. La revolución no está en un lugar, en un parque, en un acto. Está donde quiera que haya convic- ción moral por la justicia y pasión política por la libertad”. No hay contradicción entre defender la libertad de ex- presión y la revolución. Más bien, es lo contrario. Sin de- fensa de los derechos universales, sin compromiso con su carácter interdependiente, sin lucha para hacerlos social y políticamente accesibles para todos, no hay revolución posi- ble ni deseable. Las izquierdas cubanas que no afirmen que la democracia —entendida como capacidad de producir li- bertad y justicia en lo político, lo social y lo cultural, y no sólo como un recurso institucional para el manejo de lo po- lítico— es el camino de nuestras soluciones, están haciendo un pésimo “favor” a la revolución, o incluso están, peor aún, oponiéndose a ella. —¿Es optimista Julio César Guanche con el futuro de su país? Déjame, por favor, volver un poco al principio. Te decía que el cambio generacional, social y cultural experimenta- do por la sociedad cubana no encuentra espacio en la forma de hacer política en el país. No se trata sólo de la edad de los actores institucionales, sino de cuáles son los códigos que manejan. Esos códigos mezclan nuevas y viejas ideas en un todo que se parece más a la necesidad de acomodar entre sí las dis- tintas imaginaciones de los sectores con más poder en Cuba. Entre ellos, algunos son muy conservadores y otros más “mo- dernizantes”, pero conviven entre sí sin dar muestras públicas de sus divergencias y sin hacer visible frente a la ciudadanía que sus conflictos son una clave de la toma de decisiones actuales, que pasa por “los peligros que enfrenta el país” pero también por la lucha interna por controlar poder. En lugar de ese complejo de ideas y prácticas contra- dictorias entre sí —en la que algunos han visto una manera de traducir a la cubana la idea de “un paso adelante y dos atrás”—, debería poder visibilizarse un esfuerzo consciente de elaborar un renovado horizonte de futuro para el país que ofrezca esperanza y confianza. Sin ambos —esperanza y con- fianza— es muy difícil producir optimismo. En concreto, algunos contenidos del discurso oficial apuntan hacia adelante. La consagración del Estado socialis- ta de Derecho y la provisión de nuevos derechos y garantías en la recientemente aprobada nueva Constitución (2019), es parte de ello. Ese hecho toma conciencia de que la clave de renovar la hegemonía en Cuba no pasa por la legitimidad del liderazgo histórico —que en 2021 abandonará el escenario definitivamente tras el próximo Congreso del Partido Comu- nista, contando ya con más de 90 años de edad—, sino en la calidad de su desempeño institucional y en su capacidad para producir justicia social y generar inclusión política. En sentido contrario, otros contenidos del discurso ofi- cial apuntan hacia atrás. Se mantienen formas discursivas y organizativas hace mucho tiempo agotadas, que poco o nada tienen que decir a muchos actores de la renovada sociedad cubana. Por ejemplo, la pretensión de reconducir toda la agenda de demandas hacia el cauce de las instituciones exis- tentes, sin reconocer la trayectoria de desgaste que poseen, junto a la gran dificultad existente para crear nuevas formas asociativas, la recuperación de “actos de repudio” para con- tener la protesta —entre otros recursos que muchos consi- deran desde hace tiempo inaceptables—, y la pervivencia de discursos sobre el “derecho de la revolución a defenderse” que desconocen el marco constitucional que el propio Es- tado califica de revolucionario y al cual está obligado como requisito primero de su legitimidad. Soy, en verdad, poco optimista sobre nuestro futuro. El optimista puede ser un pesimista bien informado, dice una vieja frase. Gramsci hablaba del pesimismo de la razón frente al optimismo de la voluntad. Desde la razón, hay muchos motivos para el pesimismo en y sobre Cuba. Desde la volun- tad, el optimismo en el que puedo creer es el que provenga de la sabiduría patriótica colectiva cubana. De poder abrirse paso ella en esta situación —lo que sig- nifica la apertura y el desarrollo de espacios para su organiza- ción y su expresión tanto como la extensión de los diálogos que pueda establecer con el Estado y consigo misma—, es de donde puede provenir el optimismo deseable, el que es sinónimo de lucidez, el que entiende que la revolución es el camino abierto a la esperanza de que una Cuba mejor, también, es posible. “Lo más nuevo que estamos viviendo es que la política —entendida como demanda por crear el orden y no sólo como el hecho de participar del existente— ha irrumpido en Cuba de modos que resultan para muchos no acostumbrados. Esos modos también ‘han llegado para quedarse’”. 74

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