Palabra Pública N°20 2021 - Universidad de Chile

L a señora Olivia murió este año de la Peste. Con ella se fueron múltiples saberes, salvo los que dejó a sus hijos y nietos o grabados en la memoria viva de sus vecinas con las que sembraban y mariscaban en mingas mujeriles allá por la antigüedad sin tiem- po de las islas menores del archipiélago. Sospechábamos que, con ella, se perdería un fragmento de mundo, así es que alguna vez tratamos de entrevistarla, pero ella se trabó, se puso rígida y sacó a relucir una lengua de salón, azumagada y oscura, como esas piezas de las casas chilotas que nunca se abren a menos que lleguen visitas im- portantes. Una lengua ajena, que no sentía como suya, esa con la que rabiaba y se emocionaba; la de su madre (porque el padre en estos lugares casi no habla), esa lengua lírica que la empujaba a la metáfora para decir su inteligencia sensible, más grande que lo aprendido en las escuelas. La lengua im- postada, que parecía la correcta, era como los zapatos que nada más bajarse de la lancha, tiraba lejos para correr descal- za sobre las piedras. Recordando a la señora Olivia, pienso en una Cons- titución que se declare multicultural, que reconozca a los pueblos originarios, también a los migrantes y a las co- munidades que han establecido identidades propias, rea- lidades de pertenencia cultural distintas a la oficial. Ne- cesitamos que se declare en forma explícita el fomento y desarrollo de las comunidades de acuerdo con sus par- ticulares necesidades y formas de vida; esto se relaciona con otros aspectos como el económico y el social, como lo contempla el reconocimiento de la cultura como derecho humano de segunda generación. La cultura propia del ar- chipiélago de Chiloé, por ejemplo, ha sufrido los embates de una economía que prácticamente ha eliminado la posi- bilidad de autonomía que tuvo. De esto tiene que hablar la Constitución. Quiero pen- sar en el ejercicio de la memoria como patrimonio. Más allá de las huellas materiales, de los objetos o construc- ciones que son señas de una determinada cultura (y que me parecen también importantes de considerar), pienso en las manifestaciones afectivas, emotivas que fueron confor- mando nuestra trama cultural. Todos esos elementos que parten de la gente y han dado cuerpo a imaginarios, a for- mas de entender el mundo y cómo dialogan con otros mo- dos de ser y vivir; a esto me refiero con el reconocimiento multicultural. Pensando en una nueva Constitución y en el respeto a las diversas identidades, pienso en formas de resolución de problemas privilegiando el cooperativismo, la relación directa entre las necesidades y la colaboración de todos para alcanzar un bien común. La señora Olivia era de Quenac, una isla que llegó a tener en los años 70 una capilla, una escuela, un pequeño retén de Carabineros, una posta, dos lanchas de recorrido a Achao. Ella fue viendo cómo se empobrecían las familias enviando a sus hijos a estudiar lejos; se retiraron los servi- cios públicos, muchas familias se vieron obligadas a emigrar en busca de oportunidades. Hoy ya quedan sólo ancianos y casas abandonadas. No alcanzó a disfrutar del progreso que tanto se anunciaba por televisión. Todos los relatos, el imaginario creado a partir de su particular modo de estar en el mundo, desaparecen, se disgregan. Recuerdo, por ejem- plo, la experiencia de la representación “Fiesta de moros y cristianos”, que se hacía en la isla con toda la comunidad: bajaban desde los sectores altos a caballo, caracterizados, y se enfrentaban en el plano frente al mar con diálogos que se conservaban del castellano viejo. Todo el territorio como escenario, todos los habitantes como actores y público al mismo tiempo. ¿No es eso un deseo de quienes trabajamos con el arte? El derecho a la cultura es interdependiente de otros derechos como la educación o la autodeterminación que permitirá que cada territorio responda a sus propias necesi- dades y formas de vida. Así no volverán a perderse ricas tra- diciones o manifestaciones culturales por el obligado cam- bio de vida de los habitantes. Queremos un país donde esté representada toda la riqueza del gran tapiz que somos. Des- de octubre de 2019 asistimos al despliegue de una cultura colorida, rica en ternuras ancestrales, antiguas memorias que buscan las formas de sanar las heridas que provoca un sistema injusto: escuelas de rock, muralismo, danzas pin- tadas, música, poesía; toda una resistencia que ha servido para hilvanar esta fuerza vital que ahora debe ser declarada y valorada en el nuevo pacto social. Reconocer la diversidad que somos y permitir que se desplieguen cuerpos, imagina- rios, territorios, enriqueciendo la vida comunitaria. Sueño un país que privilegia otra manera o maneras de ser humano, donde es más importante la persona que los bienes, y es más importante armar formas de ser con los otros como una celebración de vivir juntos, una forma de resolver los problemas en forma comunitaria. Entrar de lleno a vivir una educación que piense orgá- nicamente en formas distintas de enseñar, de aprender los saberes de las comunidades y, al mismo tiempo, dialogar con el mundo abierto más allá de la cordillera. Una educa- ción que valore el papel de las mujeres y permita el desa- POR ROSABETTY MUÑOZ COLUMNA 49

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