Palabra Pública N°20 2021 - Universidad de Chile

debate de ideas y las experiencias sensoriales. Pero en términos políticos —no en tanto ideología sino como vínculo con la sociedad y la comunidad—, los diversos medios artísticos son igual de válidos. Es preferible una conciencia de las posibilidades (la imagen es de Lorena Amaro) ante los nuevos medios, en lugar de parapetarse en el conservadurismo que jerarquiza y proscribe según si una obra reproduce los elevados estándares de la cultura. Una hipótesis para los que enjuician desde las alturas: la manida incapa- cidad de comprender lo que se lee en la sociedad actual es, de hecho, simétri- camente proporcional a la incapacidad que tuvo buena parte de la literatura y otras formas de la alta cultura para leer la sociedad actual. De aquí, es lógico que nuestras élites políticas y culturales no lo vieran venir. Les hubiera bastado con prender la tele y sintonizar no sólo Los 80 sino también El reemplazante en 2012, o en 1999 alternar a Quilapayún y sus ponchos elegantes con Rezonan- cia y sus líricas piantes. ¿Expresiones poco elevadas? ¿Lenguajes no letrados? Entonces pudieron leer, entre otros, a Arelis Uribe, David Aniñir, Juan Carreño, Daniela Catrileo, Romina Reyes. Además de atisbar el rumor de su sociedad en textos donde se filtran “excedentes antihegemónicos” (Patricia Espinosa), se habrían alfabetiza- do en lenguas no enseñadas en aulas. Previo al 18-O, los excluidos de la triunfante alegría transicional ya re- currían a modalidades ajenas al arte de salón para expresarse, sin mediación de sabios redentores. Series de TV, hip-hop, punk rock, música popular y de masas, afiches, grafitis y performances callejeras también son prácticas cultura- les. Y fueron, sin duda, las más atentas a la precipitación neoliberal de la vida cotidiana. En ellas susurraban las alteridades que en 2019 irrumpieron. Ni big bang ni desborde: fue nuestra ignorancia de élite hacia formas no sofisticadas del arte, que con palabras propias nombraron la crisis del modelo. A los profetas elitistas se les escurre esto. Quizás por eso su pueblo no descifró el idioma en que se lo vino a redimir. Había una vez en que el arte era temido. El miedo no emanaba de alguna militancia homicida, sino de sus huidizos dominios inmateriales: el lenguaje, las imágenes, los sonidos. El caso insigne data de hace 2.500 años. Enamo- rado de la poesía, Platón sentencia: hay que expulsar a los poetas de la repú- blica. Las bellas letras diseminan una semilla nociva para el orden: su énfasis en el dolor de los héroes por sobre sus hazañas, o la representación insolente de los dioses y los gobernantes, socava la deferencia de los gobernados. Es la potencia subversiva del arte. Expande las imágenes de lo posible. Sus obras recuperan lo proscrito por el lenguaje hegemónico. Desajustan el consenso discursivo del poder. Emancipan. Ninguna tiranía ignora esta lección. Lo sabemos en Chile. En el nuevo pacto, la cultura necesita inocularse contra la autocomplacencia. Una sociedad construida sobre cimientos igualitarios no es un edén infalible. Junto con desafiar el clasismo cultural, el arte debe incomodar al poder. De lo contrario, será estridente, laureado, pero inerte, funcional a un nuevo statu quo . Menos poncho y más LasTesis: modalidades de la cultura y el intelecto que, con ingenio mordaz, remezcan hasta desconcertar. Como a Carabineros, que se que- “La educación debe igualar, no distanciar a ricos de pobres desde la niñez, como ocurre hoy. Sólo entonces las distintas modalidades de la cultura serán posibles para cualquiera”. relló por atentado a la autoridad contra una performance feminista de LasTesis sobre su represión mutiladora. El platonismo policial, huelga re- cordar, no es privativo de uniforma- dos. Lo vivió Lemebel: “Mi hombría no la recibí del partido/ porque me rechazaron con risitas/ muchas veces”. Asistí a una clase de alguien que, entre ponchos y arpilleras, vocifera su ser popular . Nos predicó la fidelidad a nuestros orígenes. Aún recuerdo su ejemplo: “Yo soy tan popular que, si me invitas a un restorán elegante o a comer sopaipillas, escojo el carrito, porque soy popular, y eso es lo que trato de investigar”. La sola libertad de elegir la sopaipilla como si fue- ra una experiencia gastronómica es esnob, fetichista y mercantil, no po- pular. Pero, en cualquier caso, en el nuevo pacto también debemos des- mantelar esta otra faz del clasismo cultural: el abajismo . Sobre todo si académicos y creadores “populares” reiteran el espíritu de fronda cuan- do tienen la oportunidad de tratar como igual a los desfavorecidos. No es democrático reservar espacios a sus amigos personales mientras bloquean a los meritorios alienígenas de origen popular, cual centinelas herederos de un orden refractario a la pluralidad de estas y estos invasores. Se puede im- postar lo popular y ser elitista, reac- cionario y conservador. ¿Acaso nunca se toparon en el carro de sopaipillas con La Cuarta , el diario popular? MIGUEL E. MORALES Investigador posdoctoral, a veces académico (ensayo hispanoamericano y latinoamericanismo) y ensayo de ensayista. Hijo de ex- presidiario, nacido en El Pinar, San Joaquín. 39

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