Palabra Pública N°17 2020 - Universidad de Chile

ANA HARCHA CORTÉS Actriz y dramaturga. Doctora en Filología Española, especializada en estudios teatrales por la Universidad de Valencia y académica del Departamento de Teatro de la Universidad de Chile. actual presidente; y el segundo comenzó a desmoronarse con la explosión de Chernóbil. El mundo no fue mejor des- pués de Chernóbil, pero no fue el mismo. La Guerra Fría cambió de rumbo. En una parte de nuestro relato de Tercer Mundo falsa- mente occidental comenzamos a sentirnos más tranquilos. Chernóbil fue declarado zona prohibida en un radio de cerca de 30 km a la redonda. En mi obsesión insomne con esta tragedia, leo que Alla Ivanivna, una mujer que en 2014 tenía 87 años, nunca salió de esa zona, negándose a irse de su casa, porque ahí estaba su vida, sus memorias, sus afectos, porque no tenía adónde más ir. Alla Ivanivna ha vivido un tercio de su vida en la zona de exclusión. En la zona radioactiva. Entonces, en este viaje de insom- nio, de búsqueda de sosiego en una tragedia distanciada, pienso en todas las Alla Ivanivna de nuestra tragedia so- cial y sanitaria. Todos aquellos que pandemia o no median- te, viven en una zona de exclusión. Así, Chernóbil se cono-sur-iza ; se chileniza ; se santiaguiniza , se convierte en Chernóbil-San Pablo; Cher- n ó b i l - P l a z a Yungay; Cher- nóbil-Cárcel de Puente Alto; Chernóbil-metro y micros de esta ciudad herida. Territorios-cuerpos para los cuales la inminencia de la muerte se manifiesta nítidamente, cada día, en ham- bre y otras formas de la violencia. La situación actual des- nuda zonas de exclusión perennes, cuya ilusión general de no existencia sólo se sostenía en el relato de la imposibili- dad de detenerse de toda la gran estructura. Como grababa un rayado durante la revuelta: “Antes estábamos bien, pero era mentira. Ahora estamos mal, pero es verdad”. Chile, como laboratorio de las más ra- dicales políticas neoliberales, ha implicado e implica la permanente ejecución de necropolíticas (Mbembe) en donde sin armas se ha ido eliminando a los excluidos a través de la negación de derechos sociales fundamentales (salud, educación, vivienda, pensiones, medio ambiente). Negación que saca de juego, silenciosa y cotidianamente, a cada cuerpo que se vuelve improductivo para un Esta- do controlado por holdings y conglomerados comerciales que privatizan estos derechos, convirtiéndolos en bienes Performance callejera en barrio Lastarria durante los meses de estallido social. Crédito de foto: Alejandra Fuenzalida. de consumo a los que se accede –o no– y hacen girar –o no– la rueda del consumo, la deuda y el mercado. En este sistema, los cuerpos que habitan no son masacrados de forma evidente, sino que se los deja morir en vida o se les intenta convencer de que la sobrevivencia es el supremo estado de experiencia vital al que se puede aspirar. Una sociedad criminal. Una sociedad caníbal. Zonas de exclusión. Vidas para el sacrificio. Esto no sólo pertenece a Chernóbil. Esto es mi barrio. Alla Ivanivna ca- mina por la vereda que veo a través de mi pequeño balcón. Alla Ivanivna vende ajos a mil en una manta en San Pablo para pagar la comida y techo del día. Alla Ivanivna duerme en la plaza que está a una cuadra, en un colchón húmedo, bajo una carpa de frazadas. Esto pertenece a nuestro terri- torio. Chernóbil es Petorca. Chernóbil es Tirúa. Chernóbil es Puerto Williams. ¿Para qué queremos seguir viviendo? III. Hay (otra) vida en Chernóbil Escribo desde el lugar situado de asumirme como una trabajadora de las artes. En esa idea de nueva normalidad , ¿cómo nos encontraremos otra vez en la plaza? ¿Cómo se hará danza, teatro, performance ? ¿Vamos a querer seguir produciendo en las condiciones preexistentes? ¿Cuáles se- rán nuestras prioridades de relación y cómo se activarán? ¿Cómo nuestra acción performativa , si aún seguimos cre- yendo en ella, activará mundos multiespecies a partir de su potencia material y las relaciones que establecemos entre los cuerpos, los espacios y las cosas? Me gustan las visiones de mundo de los pueblos indíge- nas que comparten el factor común de entenderse en rela- ción a todo lo que les rodea, como especies en igualdad de derecho a existencia. Me gusta pensar que podemos insistir en mundos más atentos al cuidado de las vidas que ya exis- ten, que ya estamos acá. Me gusta pensar que lo anterior implica pensar también, colectivamente, en la pertinencia de la continuidad de la reproducción sin pausa de nuestra propia especie. Ya hay tanto que cuidar. Chernóbil es la memoria de un desastre que cambió una de las grandes narrativas del siglo XX. ¿Qué cambia- rá esta crisis y cómo participaremos de ello? ¿Para quié- nes queremos la vida? Hoy, hay (otra) vida en Chernóbil. Yo me maravillo y aferro a esa terrícola inteligencia vital. *La versión extendida de este artículo puede encontrarse en palabrapublica.uchile.cl 67

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