Palabra Pública N°17 2020 - Universidad de Chile

“En Chile, durante las últimas décadas, el mutuo reforzamiento entre una medicina enclaustrada sobre sí misma y la política neoliberal, llevaron a minimizar la importancia de la salud pública gestionada por el ente colectivo, el Estado, y a no valorar el conocimiento y las experticias forjadas en los laboratorios universitarios”. MARCELO SÁNCHEZ Académico del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos y del Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Chile. y en 1892 el Instituto Superior de Higiene, primera piedra en la salud pública, entre cuyas dependencias principales estaba el desinfectorio pú- blico y la policía sanitaria, encargadas de luchar contra las epidemias. En el siglo XX no fueron pocos los eventos epidémicos vividos en Chile. Peste bubónica al despuntar el siglo, dos brotes de gripe española en 1918 y 1957, tifus exantemático con dife- rentes intensidades entre 1910 y 1949. A fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, junto a los cor- dones sanitarios y las cuarentenas se fueron afianzando las tecnologías de desinfección. Existían unidades móviles tiradas por caballos o que se desplazaban en locomóvil, que iban a distintos puntos de la ciudad a practicar desinfecciones. Era habi- tual la desinfección de trenes, tran- vías, barcos y también de personas, como ocurrió en Chile en la epide- mia de tifus exantemático de 1929- 1935, cuando una de las principales medidas sanitarias fue la “Casa de Limpieza”, edificaciones repartidas por la ciudad en las que de forma obligatoria se ingresaba a los ciuda- danos y ciudadanas pobres para un corte de pelo (rapado total), un baño y la desinfección de sus ropas. En 1918, el primer Código Sanita- rio da fuerza legal a reglamentaciones y prescripciones sanitarias para todo el país. En 1924 se crea el Ministerio de Higiene, Asistencia y Previsión Social y la Caja del Seguro Obrero. Ambos hitos dan cuenta de una tradición local de medicina social que protagonizaron los médicos formados en la Universi- dad de Chile y sus profesores; entre otros, Alejandro del Río, Lucas Sierra, Exequiel González, Eduardo Cruz- Coke, Luis Calvo Mackenna, Eloísa Díaz, Salvador Allende. La Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, creada a fines de la década de 1940, fue uno de los espacios en que se hicieron propues- tas de salud pública en nutrición, epidemiología, estadística sanitaria, entre otros temas. Se culmina con el primer Ministerio de Salud en 1952, cuya acción y fortalecimiento paula- tino va dando alguna respuesta a los problemas de salud pública más dra- máticos del siglo XX: el alcoholismo, la falta de una buena alimentación y de higiene, la lucha antituberculosa y antisifilítica, la alta mortalidad in- fantil, entre otros. En Chile, si bien la historia de la medicina tenía cultores en el siglo XIX y a principios del siglo XX, como Benjamín Vicuña Mackenna, Pedro Lautaro Ferrer y Juan Marín, es en la segunda mitad del XX que se va des- plegando la acción decisiva y la pro- ducción de Enrique Laval, Ricardo Cruz-Coke, Gunther Böhm y Sergio de Tezanos Pinto, entre otros. Aproximadamente entre las déca- das de 1950 y 1970, este grupo logró consolidar un museo, una sociedad, una cátedra universitaria, una revista, congresos y un pequeño, pero muy activo campo historiográfico. Junto a estos logros notables hay que decir también que se trataba de médicos historiadores que tendían a una cierta defensa gremial y a un relato heroico de la historia de la medicina, exenta de conflictos y de consideración ha- cia la experiencia del paciente. Desde 1980, debido al aumento de la exi- gencia curricular, la historia fue desalo- jada de las Escuelas de Medicina hasta su total desaparición. Incluso para muchos muchos his- toriadores e historiadoras, la historia de la salud y la enfermedad es algo que sienten secundario para enten- der la “verdadera Historia”. La de la medicina, como vemos en el contexto actual, aporta una perspectiva tempo- ral, indispensable para comprender los procesos de salud y enfermedad. ¿Es posible comprender el siglo XIX y el XX sin tener en cuenta el darwi- nismo, la bacteriología, la higiene, la eugenesia, el racismo?, se preguntaba el historiador francés Alain Corbin. Si bien nuestra fragilidad, nuestra indefensión frente a la muerte, han regresado, podría ser esta la oportu- nidad de obtener una respuesta cons- tructiva socialmente; en palabras de Habermas, una envoltura jurídica y normativa, protectora contra las con- tingencias a las que se ven expuestos el cuerpo vulnerable y la persona. Si la bacteriología de fines del siglo XIX activó una solidaridad in- terclasista, ya que el mal podía atacar a cualquiera -como en la actualidad-, puede que de esta crisis emerja un nuevo compromiso comunitario, una nueva ética y un proceso de for- talecimiento de lo público en salud. Como escribió el Dr. Salvador Allen- de en 1939, “la higiene social, la salubridad pública, la medicina, no admiten transacciones”. 58

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