Palabra Pública N°17 2020 - Universidad de Chile

C iudadanos y ciudadanas del siglo XXI, nos pensá- bamos protegidos frente a los peligros epidémicos por los avances biomédicos, en el caso en que tuviéramos acceso a tales servicios. Pero la angustia está aquí, entre nosotros y nosotras; con el Covid-19 vuelven las ideas e imá- genes de enfermedad y muerte. Lo reprimido, la fragilidad de la vida ante la muerte ha vuelto. Hagamos un poco de historia. Las ideas sobre salud y enfermedad que han tenido mayor continuidad en Occidente son las hipocrático-galé- nicas, que se basaban en el equilibrio interior de cuatro humores (flema, bilis negra, bilis amarilla y sangre) con cuatro elementos del ambiente (fuego, aire, tierra y agua). En el caso de las epidemias, estas ideas buscaban su causa en los miasmas, esos eflu- vios que surgían de aguas estancadas y ambientes viciados. Este fue el en- foque de los médicos higienistas del siglo XIX. En esa época surge la “medicina social” -campo asociado al alemán Rudolf Virchow- que pone el foco en el Estado como ente político que debe proteger y mantener el buen estado sanitario de la población. Al mismo tiempo se desarrolla un des- plazamiento desde las ideas hipocrá- tico-galénicas hacia un método es- trictamente científico para entender las epidemias, que se conoce como la etapa heroica de la bacteriología. Es entonces que la medicina adquiere el carácter de “ciencia médica” y el lugar del conocimiento se desplaza desde el hospital hacia el laboratorio. Claro que con ello emergería ese imaginario del microbio como una fuente invisible del mal, una amenaza que podía esconderse en personas o grupos aparentemente “normales” o amenazantes por alguna razón polí- tica o cultural. El combate contra el microbio fue usado entonces como una peligrosa fuente de metáforas so- ciales y políticas. En el contexto actual de lucha contra la epidemia de Covid-19 pue- de que muchos vean apropiado acudir a estas metáforas y validar las ideas de inmunidad y salud, pero ya sabemos cómo el nazismo trataba a los judíos como bacterias, bacilos, peligro para la salud de la nación. Ciertas ideas de salud y pureza han implicado graves consecuencias para grupos de la diversidad sexual. Por ejemplo, el prestigioso mé- dico y ensayista español Gregorio Marañón pensaba en 1929 que la homosexualidad también podía propagarse como brote epidémico y por contagio social. Y en la historia chilena resuena trágicamente la metáfora del cáncer marxista. Claro que tras el fin de la Segunda Guerra Mundial cobró reno- vada fuerza la epidemiología descriptiva, así como la epidemiología clínica y más tarde la epidemiología genética gracias al éxito del Proyecto del Genoma Humano. Así nace esa imagen de seguridad inexpugnable basada en los avances biotecnológicos que la epidemia actual ha derrumbado con insólita facilidad. El caso de Chile es que durante las últimas décadas, el mutuo re- forzamiento entre una medicina enclaustrada sobre sí misma y la polí- tica neoliberal, llevaron a minimizar la importancia de la salud pública gestionada por el ente colectivo, el Estado, y a no valorar el conoci- miento y las experticias forjadas en los laboratorios universitarios. Hoy, en esta angustiosa espera, estamos bombardeados por las más insólitas teorías, aguardando el ritual de la estadística acumulada -que reduce el drama a la contabilidad- y algún éxito de laboratorios cuyo norte global es el lucro, a excepción de algunos pocos recintos estatales y universitarios. Las preocupaciones urgentes de la atención de salud se mezclan con las de mediano y largo plazo que van des- de el rol de lo público en salud, la educación cívica y sanitaria, hasta el financiamiento de las ciencias y las discriminaciones que sufren grupos con menos acceso como migrantes e identidades minoritarias. Chile y sus epidemias Las epidemias nos acompañan desde antes del en- cuentro de las poblaciones originales con los europeos, pero fue sin duda con la dominación colonial que se produjeron eventos epidémicos que han sido llamados el primer Holocausto moderno por las cifras de mortandad, estimado en algunas regiones en torno a 30 millones de personas. Durante el periodo colonial se sucedían brotes epidémicos que se nombraban con el lenguaje medieval castellano, como el tabar- dillo o tabardete , el malesito ; o bien en lengua mapuche como el chavalongo . Sarampión, tifus exantemático, fiebre amarilla, fiebre ti- foidea, viruela, convivían periódicamente con la población chilena. En el paradigma de las ideas hipocrático galénicas algunas medidas antiepidémicas eran la huida, la cuarentena y algunas acciones sobre el aire como intentar moverlo a cañonazos o quemando hatos de hierbas en cada esquina de la ciudad, estas últimas aplicadas varias veces en el periodo colonial. Tanto en este como en el republicano, una respuesta habitual a los brotes epidémicos era la construcción de lazaretos, edificaciones tran- sitorias, generalmente aisladas, en las que se brindaba lecho y alimen- tación a los enfermos y poca o ninguna atención médica. El lazareto era un lugar para morir. Fue la alta mortalidad de las epidemias de cólera en la década de 1880 lo que llevó a implementar un Consejo Superior de Higiene POR MARCELO SÁNCHEZ DELGADO 57

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