Palabra Pública N°16 2019 - Universidad de Chile

escritos a través de dos grandes conglomerados, El Mercurio y Copesa, y desde La Moneda se nos decía que era un tema de mercado. Así, bajo la excusa del mercado desaparecieron los dia- rios Fortín Mapocho, La Época, las revistas Análisis, Cauce, Hoy, Pluma y Pincel, Los Tiempos, El Canelo; más tarde la Revista de Crítica Cultural dirigida por la intelectual Nelly Richard, y Rocinante, por nombrar algunas. De esta forma, gran parte de la diversidad, el debate plural, la riqueza de otras miradas, quedaban sepultados bajo el peso económico. La agenda pública emanada de los órganos del poder po- lítico, empresarial y militar nos reflejaba un país conservador, censurado, con miedo a la libertad. El divorcio, el aborto, la diversidad sexual, los pueblos originarios, la violación de los derechos humanos, por citar algunos temas, fueron despla- zados del debate público mientras la seguridad ciudadana, los índices económicos, el fútbol y el show de mal gusto se imponían en la vida cotidiana de los chilenos. La modernidad era sinónimo de consumo, de celulares de palo, de chilenos agresivos que se transformaban en los fenicios de América. “Tigres de papel, cómo me río de los tigres de papel”, exclamaba Donoso en la irritación del ma- lestar de la cultura ante el exitismo de una sociedad compla- ciente. “No hay Chile contemporáneo sin una franqueza y un develamiento de cosas. Somos una mata de cardenales en el jardín, polvorienta y fea”, reiteraba José Donoso en una entrevista que le hiciera para el diario La época, donde pun- tualizaba: “Este Chile que está oculto y que es mentiroso es un Chile de otro tiempo, es el resabio del siglo pasado”. Tal vez el informe del PNUD, “Las paradojas de la mo- dernización”, se constituyó en la radiografía más severa de los 90 y dio cuenta de las cifras del desencanto en un país escindido, desconfiado, lleno de temores y desinformado. Cooptada por el Estado o por los centros de pensamien- to de universidades privadas, partidos políticos de distinto signo, la figura del intelectual público, aquel que desde la academia o desde un espacio de independencia asumía los valores libertarios, laicos y republicanos, sufría un franco des- censo en nuestro país. Debates como el que iniciara Garretón con el iceberg de Sevilla, la representación blanca, fría y sin memoria que hizo Chile de sí mismo a propósito de los 500 años de la llegada de Colón a América; el originado por Tomás Moulian con su libro Chile actual, anatomía de un mito (1997), donde evi- denciaba las falencias, fracturas y traiciones de la transición, fueron haciéndose más débiles. Nombres como Diamela Eltit, SoniaMontecino, Martín Hopenhayn, José Bengoa, Ana Pizarro, Grínor Rojo, Sofía Correa, Nelly Richard, Elicura Chihuailaf, Gabriel Salazar, Alfredo Jocelyn-Holt, entre otros que animaron el incipiente debate intelectual de las primeras décadas de la transición, empezaron a ser invisibilizados por “aguafiestas”, “densos” o “autoflagelantes” frente a discursos que llamaban al realismo político, a la gradualidad de los procesos, a la gobernabilidad y ventajas de la política de los consensos. En este escenario irrumpía otra figura, más incómoda para una más bien aséptica y conservadora transición. Pe- dro Lemebel, agudo e irreverente, provocaba a la izquierda tradicional con sus crónicas que recreaban los años 80 y, de paso, fustigaba la atmósfera hipócrita del momento que, una vez más, intentaba en nombre de la reconciliación un acerca- miento entre el mundo cívico y militar. “Pareciera que sólo bastara que la derecha y los milicos dijeran ‘lo siento’ con fingido remordimiento para que el go- bierno, la curia católica y la Concertación se deshicieran en alabanzas por ese gran gesto. Entonces la excusa del criminal no sólo blanquea el crimen, sino que lo eleva al rango de sú- per patriota. Un ejemplo de virtud que todo el país debe re- conocer y admirar. ¡Dime si estas mariguancias con la justicia en este Chile actual no son repulsivas!”, declaraba Lemebel en una entrevista para Rocinante. Paralelamente, y en el plano de la reflexión política, a inicios del nuevo milenio el sociólogo Enzo Faletto llama- ba a crear una nueva ética del comportamiento, asumiendo que con el golpe de Estado hubo una retracción hacia un individualismo feroz. En esa misma línea y en una crítica a la política como “gestión de los entendidos”, Faletto, quien moriría de cáncer meses más tarde, narraba una conversación incidental con su amigo Fernando Henrique Cardoso, reco- gida también en Rocinante: “‘Mira, cambio con gusto 300 mítines de plaza por cinco minutos en televisión. En Brasil, en cinco minutos llego a 60, 70 millones de personas. Con 300 mítines de plaza no llego ni a 250 mil, y esa es una diferencia enorme’. Frente a eso le respondí: ‘Pero con los mítines de plaza tú transmites ideas y con cinco minutos de TV no transmites nada’. ‘Es que la realidad hoy día es esa’, me argumentó, ‘ya la política es una política de masas y mediática, donde la gente se iden- tifica con esa dimensión’”. Fueron muchas las expresiones del malestar ante una transición política pactada que sin pudor traspasó al siglo XXI con temas pendientes como una nueva Constitución, los derechos de los pueblos originarios, la reconstrucción de un sistema de educación y salud públicos, de pensiones, los derechos de las mujeres y las disidencias sexuales, entre otros puntos que hoy exigen distintos sectores sociales. Las voces del malestar siempre estuvieron presentes y se evidenciaron de distintas formas, pero sin duda fue a través de sus artistas, intelectuales y creadores que la lucidez y per- sistencia de la crítica se hizo más profunda. Esas voces en diversos momentos fueron advirtiendo sobre el estallido iniciado el 18 de octubre. El punto es que a muchos no les convenía escucharlas y por ello no la vieron venir. FARIDE ZERÁN Premio Nacional de Periodismo 49

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