Palabra Pública N°16 2019 - Universidad de Chile

L uego del estallido del 18 de octubre último, muchos se preguntaron con sorpresa cómo no advirtieron que Chile se había transformado en una olla a presión que hizo saltar todos los relatos acerca de las bondades del modelo. Dónde esta- ban esos jóvenes que exigían futuro, quiénes eran esos pobres que, en multitudes y cual metáfora de la obra “Los invaso- res”, del dramaturgo Egon Wolff, irrumpían en la tranquili- dad de sus hogares apuntándolos con el dedo acusador. No se habían detenido el 2006, con “la marcha de los pingüinos”; ni el 2011, con la rebelión de los estudiantes uni- versitarios; ni el 2018, con el mayo feminista y su demanda de cambio cultural. Tampoco habían prestado atención a la masiva concentración del 8 de marzo último, ni a los levan- tamientos sociales en Freirina, Aysén, Chiloé, entre otros puntos del país. Salvo excepciones, los medios de comunicación proyec- taron en estas décadas de posdictadura no sólo el exitismo de un modelo socioeconómico abrazado sin condiciones, sino además una sociedad homogénea, acrítica, sin debate, y a través de la cual emergía un sujeto popular asimilado en general a la figura del delincuente; un sujeto cultural redu- cido a la era del espectáculo o un sujeto intelectual perci- bido como denso y cuya palabra o aporte no sirve en tanto no puede ser banalizada. Porque el país blanco, sin orígenes y memoria que emer- gió a comienzos de los 90 en la metáfora del iceberg con que Chile quiso ser representado en la Expo Sevilla, y que muy bien retratara el sociólogo Manuel Antonio Garretón en su ensayo “La faz sumergida del iceberg” (1993) no fue una construcción casual. Los medios, los discursos oficiales, el decretado consenso de inicios de la transición postergaban el necesario debate sobre nuestras diferencias, propias de un país fragmentado por el dolor y el horror, omitiendo no sólo una parte esencial de su ser, mestizo, plural, diverso y con patrimonio y memoria cultural. También, la posibilidad de enjuiciar moralmente un pasado para que efectivamente el Nunca Más no fuera sólo una consigna, sino un legado para las próximas generaciones. La década de los 90 confirmó que el iceberg era la me- táfora de la simulación. La prensa independiente, aquella capaz de dar cuenta de los conflictos y debates más ricos de nuestra sociedad, fue desapareciendo paulatinamente mien- tras se perfilaba con fuerza la concentración de los medios “…Toda nuestra insignificancia se resuelve en una sola palabra: falta de alma… ¡Crisis de hombres! Una nación no es una tienda, ni un presupuesto es una Biblia… Todo lo grande que se ha hecho en América y sobre todo en Chile, lo han hecho los jóvenes. Así es que pueden reírse de la juventud. Bolívar actuó a los veintinueve años. Carrera a los veintidós; O’Higgins, a los treinta y uno, y Portales a los treinta y seis. Que se vayan los viejos y venga la juventud limpia y fuerte, con los ojos iluminados de entusiasmo y esperanza…” Es parte de Balance Patriótico, escrito en 1925 por Vicente Huidobro, candidato a la Presidencia de la República levantado por la FECH. Huidobro tiene 32 años y se vuelca contra sus orígenes en una rebeldía propia de quien abrazará pronto el grito de Rimbaud. El Chile de esos años ya ha dado sus frutos más insignes: Neruda, la Mistral, de Rokha, Anguita, Volodia, Díaz Casanueva, Ángel Cruchaga y otros tantos que sembrarán vientos y cosecharán tempestades, como corresponde a los talantes disidentes. Para todos ellos hubo prensa, adversa o afín, pero prensa; clandestina u oficial, pero prensa capaz de tender el puente de rosas o de púas que expresaban a través del debate cultural una parte del país real. POR FARIDE ZERÁN 48

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