Palabra Pública N°15 2019 - Universidad de Chile

En los poemas de la escritora argentina, nacida en 1961, hay una cadencia sutil con gran presencia de escenas cotidianas, rituales y recuerdos familiares. En sus ensayos está la templanza de quien mastica la historia para digerir los detalles y narrar los horrores. Su escritura es una propuesta ética para desalambrar el engaño y para que no sigan astillando la memoria mapuche. POR DANIELA CATRILEO ILUSTRACIÓN: FABIÁN RIVAS urante marzo de este año, en Córdoba, se reali- zó el VIII Congreso Internacional de Lengua Española, cuya bullada versión se destacaba por la visita que haría el rey de España en su apertura. Desde la bajada del avión hasta la entrada a la ciudad, se percibían los cú- mulos de publicidad del evento, además de un reforzado contingente policial que se veía desfilando en las esquinas trasandinas. Sin embargo, este acontecimiento removía otras aguas, aquellos cauces que percibían la lengua como un órgano que habita para reinventarse, un contra-congreso: el I Encuentro Internacional de Dere- chos Lingüísticos como Derechos Humanos. Esta fiesta que nada tenía que ver con alfombras rojas ni coronas, estaba organizada por colectivos, estudiantes y docentes de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, quienes a punta de entusiasmo político habían decidido paralelamente—y a pulso—armar un programa a contracorriente del gran Congreso y su estela colonial. Fue así como prontamente había un piño mapuche de asistentes e invitados, tanto de Ngulumapu (Chile) como de Puelmapu (Argentina), entre poetas, educadoras, lingüistas y activistas. Un lof diaspórico, una comunidad am- bulante, como bromeamos en esos días. En uno de los almuerzos colectivos, previos a una charla en el Instituto de Culturas Aborígenes que daríamos junto al poeta David Añiñir, se me ocurrió la posibilidad de armar una intervención, alguna performance co- lectiva de la mapuchada que pudiese tachar la palabra “aborígenes” de ese espacio. Nos motivamos y empezamos a arrojar ideas. Cuando llegamos, nos dijeron que había tanta gente que decidieron trasladar el evento a un colegio. Caminamos un par de cuadras y ahí estaba, repleto. Me sentí sor- prendida del interés de un montón de personas para ir a escuchar poesía y participar de un conversatorio mapuche. A los pocos minutos de llegar nos dimos cuenta, sorpresivamente, de que entre el público estaban las poe- tas Graciela Huinao, Viviana Ayilef y Liliana Ancalao. Las tres invitadas al Congreso oficial, sin embargo, se habían fugado para asistir a la charla. Nuestra comunidad itinerante seguía creciendo. Yo no conocía personalmente a Liliana, pero la había leído, que es otro modo de conocer a alguien o al menos intentarlo. Seguía su escritura desde hace años. La primera vez que vi sus poemas fue en Antología de poesía in- dígena latinoamericana (2008), compilada por Jaime Huenún, y en Küme- dungun/ Kümewirin (2011), antología de poetas mujeres mapuche editada por Maribel Mora Curriao y Fernanda Moraga. Quizás esta era la única manera de leer a esta poeta mapuche del Puelmapu, además de bucear entre el manojo de revistas literarias de internet. Esto, porque sus libros no llegan a Chile, porque si buscamos poesía en las librerías es un espacio reducido, más si añadimos las categorías mujer y mapuche, más si es una lamngen (hermana) que habita donde nace el sol. Lo único que sabía de su biografía, por ese entonces, era que su tuwün o territorio de origen era cercano al mar, un lafken que ondea sus atlánticas olas en las costas patagónicas de lo que hoy es Comodoro Rivadavia. Más precisamente, Liliana Ancalao nació en 1961, en un campamento petrolero en Diadema. Su padre y su madre nacieron en las reservas indígenas pos- 30

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