Palabra Pública N°15 2019 - Universidad de Chile

“Los documentos judiciales son una fuente de memoria inagotable de la que tantos escritores han bebido para, entre otras cosas, bucear en la maldad de nuestra especie”. sino también en Alemania, Suecia y Argentina. Eran datos que manejaban todos los periodistas que nos rodeaban. Pero mi amigo y yo queríamos en- contrar algo más, información que entonces, en los ini- cios de internet, sin Twitter, y cuando la difusión de las noticias demoraba aún algunas horas, había que salir a buscar a la calle. Alguien nos contó, por ejemplo, que Garzón había redactado la orden de detención en unas horas, que tenía 18 páginas y que lo hizo el mismo día que tomaba declaración a dos testigos de otro caso completamente distinto. Eran detalles para sumar a su leyenda de trabajador impenitente. Mientras mi amigo intentaba sonsacar declaracio- nes entre abogados y jueces, yo me quedé pensando en los expedientes de Slepoy y Garcés. ¿Dónde los guar- daban? ¿Eran muchas cajas? ¿Cuántas? ¿De qué tama- ño? De pronto necesitaba ver las cajas. Porque aquella noche, cuando escribía el reportaje, quería describirlas. Contar cómo eran, de qué color, viejas o nuevas… Mi amigo me dijo que seguro eran un montón de cajas lle- nas de carpetas muy gruesas y pesadas. Que podía usar los adjetivos que quisiera sin traicionar a la verdad: pesa- das, voluminosas, enormes, ¡pon lo que quieras! Sin embargo, para mí era im- portante visualizar esas cajas. ¿Qué extensión tiene la perse- verancia de los abogados? ¿Qué volumen ocupa la pa- ciencia de los familiares de las víc- timas? ¿Cuánto pesa una espera de años? ¿Qué apariencia —hojeada, gastada en los bordes, amarillenta— tienen las evidencias de la crueldad? ¿Cuántas carpetas hay que acumular para demos- trar la infamia? Nunca pude ver las cajas con los archivos de Slepoy y Garcés, pero esa fue la primera vez que me fasciné con el poder y las posibilidades de los documentos ju- diciales, una fuente de memoria inagotable de la que tantos escritores han bebido para muchas cosas, entre otras, para reconstruir y contar la miseria humana, la vileza, la locura, y también para bucear en la maldad de nuestra especie, y de cómo puede afectar y cambiar la vida de todo un país. Al lado de su estudio, el escritor francés Emmanuel Carrère tiene una pequeña bodega donde guarda ma- letas y viejos colchones, y también el sumario del caso de Jean-Claude Romand, ese impostor que en enero de 1993 mató a su mujer, a sus hijos y a sus padres. Más que un sumario se trata de una quincena de su- marios que sirvieron a Carrère para escribir su novela más famosa, El adversario (2000). A propósito de ellos, dice: “Todos los que han escrito crónicas de sucesos han tenido, como yo, la intuición de que esas decenas de miles de hojas cuentan una historia y que hay que extraerla como un escultor extrae una estatua de un bloque de mármol”. Si bien la imagen de Carrère es hermosa, para mí los archivos judiciales no son un bloque de mármol mudo, quieto y silencioso. Por el contrario, me resultan inquietantemente vivos y locuaces. Un sumario es una polifonía de voces, la suma de todas las voces. Y, espe- cialmente en el caso de los que registran violaciones a los derechos humanos, son las voces de aquellos que han sido vilmente silenciados. Frente a ese archivo judicial donde todo se suma, está la novela, donde la economía del lenguaje, o la pulcritud de una estructura, te obliga a restar. En la novela siempre hay que elegir. Por mucho que se usen múltiples narradores o varios puntos de vista, hay que terminar eligiendo las voces que van a ha- blar y las miradas a través de las cuales veremos el mundo. Hay que seleccionar, funcionar más como el conductor de una sinfonía que como el compilador de una polifonía. Y ese trabajo puede resultar extre- madamente complicado. ¿Qué dejar fuera? ¿Qué de- jar dentro? ¿Con qué criterios? ¿Qué es lo esencial a fin de cuentas? ¿Cuáles voces son las que permitirán contar mejor esa historia? ¿A qué memoria seremos fieles? ¿Cuáles memorias rescataremos? En una sola novela no caben todas las voces que ha- bitan un sumario. Pero tal vez la polifonía se encuentre en el conjunto de novelas que se han escrito y se siguen escribiendo, tantos años después, sobre nuestro pasado reciente, esas novelas que alertan sobre la impunidad y que reconstruyen nuestra memoria colectiva, nuestra posmemoria, que sacan a la luz las voces que en su mo- mento fueron silenciadas por la dictadura. La memoria de un país, finalmente, debería intentar recordar la voz de aquellos que no tuvieron voz, otorgarles el peso y el volumen que merecen. LOLA LARRA Máster en Periodismo y escritora. Ha sido redactora y editora en medios como El País y Vogue. Es autora, entre otras, de las novelas Reír como ellos, Reglas de caballería, Al sur de la Alameda y Sprinters: los niños de Colonia Dignidad. 17

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