Palabra Pública N°14 2019 - Universidad de Chile

Irrupciones «E sta no es una biografía de Parra, le expli- có [sic] a toda la gente a la que le explico el libro. Miento cuando digo eso, y digo la verdad. Esta no es una biografía de Parra. Esta es una biografía con Parra. Es una biografía contra Parra. Parra es en este libro apenas un abrigo, una máscara más», escribe Rafael Gumucio en la pági- na 164 de Nicanor Parra, rey y mendigo, y es difícil no reparar en que esta intensidad evoca otros propósitos, aunque apuntase ya tres —o cuatro o diez— veces su falta de disposición para cumplir con el rol de biógrafo competente hablando de sí o de Víctor Herrero, autor de Después de vivir un siglo (2017), la biografía de Violeta Parra. Así, quedamos ante la ya tópica historia acerca de la imposibilidad de contar una historia, en la que abun- da la ambigüedad con la que Gumucio ha cumplido con el encargo: se trata de una semblanza urgente —los exabruptos por parte de la familia de Parra en su funeral parecen hablar de ello— que se cierra sobre sí misma en apartados breves que, como en Mi abuela, Marta Rivas González (2013), atiende a las preocupaciones de su autor con un catálogo de yeites o recursos acotados y efectivos, propios del columnista diario que Gumucio es y ha sido en diversos medios y formatos. Esta crónica del libro que no pudo ser pero que ha de ser a como dé lugar, del encargo que se transforma en otra cosa, parece más preocupada de consignar las contradicciones de un hombre que pretendía vivir en la contradicción que de reflexionar sobre la naturaleza de sus fuentes: tiende a detenerse en la correspondencia más o menos plausible entre la vida y la obra del home- najeado y abusa de la cita, la entiende como un asiento firme donde relajar la neurosis del que opta por cons- tatar en lugar de insistir en el rastreo, la acechanza y el acoso como medios para aprehender una vida y, luego, narrarla. Insiste, por ejemplo, en creer fundamental que Enrique Lihn le preguntase a Parra cuándo lo dejaría pasar y ocupar el centro de la literatura chilena, hecho cuya importancia se diluye cuando se coteja con esto que Lihn le escribía a Pedro Lastra en abril de 1988: «… aunque nos divertimos y entendemos bien, nuestros en- cuentros son muy espaciados y no deliberados. Me cansa la idea de oírlo hablar de sí mismo. Él se adelanta en lo que uno va siendo y lo exagera. Es un brillante espejo apremiante, de verdad y de vicio». No pretendo des- mentir siquiera el encaje genérico, me interesa discutir la acumulación como método y la urgencia como única explicación a la forma final de este libro que cae en la repetición y en la burda ilación de algunos hechos, como cuando Gumucio le achaca a los movimientos estudian- tiles de 2011 continuidad en la acción destructiva de la dictadura sobre el Internado Nacional Barros Arana. Lo curioso es que hay algo —¿la literatura?— que posterga las carencias que he expuesto y que permite llegar al fi- nal. Sirva esta frase como ejemplo: «Mi esposa me ve tan confundido en mi equívoco que me perdona». Nicanor Parra, rey y mendigo, de Rafael Gumucio, y Enrique Lihn en la cornisa, de Claudia Donoso POR CARLOS ACEVEDO CRÍTICA DE LIBROS 22

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